¿Discutir o no discutir?
Discutir no es, en principio, algo negativo. La palabra viene del latín de una palabra muy parecida que significa “resolver”. Dos personas, o más, pueden discutir un asunto para oír varios puntos de vista, analizar una cuestión con varios argumentos y ponerse de acuerdo.
Debo confesar que yo aprendí a discutir en mi infancia, como un deporte. Mi padre y yo discutíamos sin enfadarnos, por puro entretenimiento. Más tarde me di cuenta de que ese tipo de discusión no era fácilmente trasladable a otros ámbitos o con otras personas. Hay personas a las que la discusión pone muy nerviosas.
La discusión se convierte en un problema cuando:
– Cuando las personas que discuten se ponen agresivas.
– Cuando abandonan el tema del que están hablando para pasar al ataque personal.
– Cuando no son capaces de parar la discusión si no se llega a un acuerdo.
– Cuando no son capaces de renunciar a tener razón.
Con el tiempo me he dado cuenta de que es muy saludable no tener la necesidad de discutir:
– No tener la necesidad de decir siempre lo que uno piensa, sobre todo cuando está con personas a las que no les interesa.
– Es un signo de madurez tener la capacidad de retirarse a tiempo de una discusión.
– Renunciar a convencer: No siempre tenemos que convencer a los demás. Podemos intentarlo pero… siendo capaces de entender que el otro tiene otro punto de vista.
¿Cuándo podemos discutir?
– Cuando tenemos delante a personas capaces de intercambiar distintos puntos de vista sin enfadarse.
– Cuando tenemos la seguridad de que la discusión no nos va a llevar a perder el control.
– Cuando estamos seguros de que podemos poner un punto y final como si de un deporte se tratara.
¿Con qué tipo de personas es mejor no discutir nunca?
– Con personas autoritarias que solo quieren imponer su opinión.
– Con personas demasiado susceptibles que pueden malinterpretar cualquier tono o réplica.
– Con personas intolerantes, inflexibles, paternalistas… que no tienen ningún interés en la opinión de otro.