Hay mucho que hacer para acabar con la violencia machista. He querido reflexionar sobre uno de los muchos comportamientos que inciden en ella. Porque solo con «slogans» no se acaba.
Algunas mujeres creen que con la fuerza de su “amor” van a poder cambiar a ese hombre “controlador” y posesivo que, cuando no consigue su objetivo, deja aflorar toda su agresividad y que al día siguiente, o incluso antes, se arrepiente y pide perdón; y vuelta a empezar.
Los maltratadores no llevan cuernos y rabo, son hombres bastante corrientes, habitualmente muy inseguros, y pueden, incluso, resultar tiernos. Hay mujeres que, sin darse cuenta del peligro que tienen, se enamoran de ellos. Estas mujeres no tienen por qué ser incultas, ni bobas, ni siquiera dependientes económicamente… pueden ser mujeres fuertes, inteligentes, con formación; mujeres que un día descubren que su hombre intenta controlarlas de una forma desproporcionada. Cuando se rebelan contra esta posesividad tremenda, estos hombres se vuelven agresivos; la mayoría de ellos también se sienten mal por ser así, y ellas piensan que su hombre tiene “un problema” y que lo van a ayudar, conseguirán que cambie, y luego serán felices juntos.
Lo que ocurre es que no consiguen cambiarlo, y ellas cada vez están más asustadas, más nerviosas y mucho más aisladas, porque estas cosas no se las pueden contar a nadie, dan mucha vergüenza. Muchas de estas mujeres acaban con una depresión grave, sin saber ya ni quiénes son, ni por qué están con ese hombre; y, a veces, en un momento de lucidez deciden huir, y eso también puede convertirse en peligroso. Pero, en el peor de los casos, la gran paliza ocurre un día que a él se le va la mano, más de lo normal.
Es cierto que el maltratador se arrepiente, la mayoría de las veces, de su comportamiento. Un comportamiento celoso y obsesivo que estalla en descontrolados accesos de agresividad. Muchos de ellos creen que no pueden controlar su impulsividad. Deben buscar ayuda; aunque es difícil, pueden intentar cambiar y dejar de ser ese “monstruo” que a ellos también avergüenza. Tienen que empezar por reconocerlo, al igual que los alcohólicos, deben comenzar diciendo: “soy un maltratador”.