Abandonar la zona de confort
La zona de confort se compone de los lugares, las personas y las actividades que ya conocemos, dominamos, y no nos suponen mucho esfuerzo. Todos tenemos nuestra particular zona de confort, el lugar donde nos sentimos resguardados y cómodos. Es bueno tener ese “refugio”.
Los jóvenes, en general, si no tienen grandes problemas psicológicos, suelen abandonar fácilmente su zona de confort para conocer a otras personas, vivir experiencias e incluso aventuras. Los jóvenes que no lo hacen es porque sufren patologías que les hacen vivir con mucho miedo, o tienen familias que les han creado grandes dependencias.
A medida que vamos cumpliendo años, vamos afianzando nuestra zona de confort. Cada vez tenemos más claro lo que nos gusta y lo que no. Cada vez nos sentimos más cómodos en casa, en nuestro sofá, con nuestro televisor, o nuestro libro, o nuestro ordenador. Cada vez tenemos más claro cuáles son nuestros amigos. Cada vez damos más importancia a los afectos familiares. Todo eso está bien, significa que hemos encontrado nuestro lugar en el mundo.
El problema es que, cuando ya no estamos interesados en vivir algo diferente, en conocer a alguien nuevo… dejamos de crecer y empezamos a encoger.
Hay personas que, sin ser ancianos, ya se sienten muy mayores, y no es porque tengan problemas de salud, es porque la vida les da pereza. Se sienten mal cuando llevan demasiadas horas fuera de casa. Se niegan a vivir novedades. Es como si hubieran decidido que ya tienen bastante.
Si nos cuidamos, si estamos interesados en vivir cuantos más años mejor, con calidad de vida; también deberíamos mantener el interés por la vida; y la vida no puede reducirse a nuestra zona de confort, eso nos lleva a vivir al ralentí. Para estar en forma, desde el punto de vista psicológico, hay que seguir “exponiéndose”, retándose y descubriendo.