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La vida como un juego.

Me gusta decirles a los pacientes que deberían tomarse la vida como un juego. Algunos lo entienden, otros se oponen frontalmente. Dicen: “Mis proyectos son muy importantes para tomarlos como un juego”,   ”Yo no me tomo como un juego a mi familia, ni mis obligaciones”.

Los que más se oponen a este planteamiento suelen ser los que más se presionan y más sufren, y, en muchos casos, más fracasan porque la ansiedad, el miedo, no les permiten sacar partido a sus habilidades.

Cuando los niños juegan lo hacen poniendo en ello toda su concentración, todas sus ganas y toda su pasión; pero sin miedo a hacerlo mal, no hay presión, hay placer, hay entrega. De eso se trata.

Desgraciadamente, hay muchos que piensan que la presión, incluso el sufrimiento, son indispensables para hacer cosas “importantes” en la vida. Se equivocan.

Las circunstancias actuales hacen que la mayoría esté muy preocupada por el puesto de trabajo y, es probable, que esto lo consideren una frivolidad. Pero, creo que uno debería plantearse, siempre, trabajar en lo que le guste.

Alguien me dijo hace poco “Me acabo de jubilar, es como si hubiera salido de la cárcel”. Pensé que había vivido muy equivocado. ¿Cuánto tiempo ha estado esa persona en la cárcel, cuántos años?

Me diréis que todo el mundo no puede trabajar en lo que quiere, pero, lo cierto, es que muchos no lo intentan. Sus prioridades son la seguridad, el tiempo libre, ganar más… Cuando a esta persona le comenté que dedicaba muchas horas a mi trabajo, empezó a discutirme; no entendía, o no quería entender, que viviera el trabajo como un juego apasionante.

Elegir trabajos que te gustan es una forma de aproximarse al juego. Incluso plantearte la posibilidad de cambiar de juego, cuando ya te lo sabes y te aburres.

Estudiar con pasión, trabajar con pasión, amar con pasión… y también dejarlo, cuando no funciona. En esto consiste. La pasión del juego, una pasión que dura lo que dura el juego.

Hacerlo como un juego implica aceptar que cometeremos errores. Oigo muy a menudo a personas que me dicen “es que no puedo fallar”. Pensar que no puedo fallar es la mejor manera de equivocarme. La seguridad en uno mismo depende de muchos factores, pero, sin duda, las personas relajadas, que se proponen retos alegremente, tienen muchas más posibilidades de salir adelante, y, sobre todo, de no sufrir inútilmente.



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Algún momento triste nos deparará la vida, sin duda. Momentos que tendremos que aceptar. A ser posible, también como los niños… llorando todo lo que nos pida el cuerpo y buscando algún “juego” que nos reconforte. Siempre con proyectos… de vida, de trabajo, de juego.

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