Blog: Moralidad de cintura para arriba

«¡No lo puedo soportar!»

Me gustó mucho el artículo de Anna Flotats en el diario Público: “Usted está enfermo: padece una vida normal” http://www.publico.es/actualidad/510165  Y he querido tocar este tema desde el punto de vista de la psicología. Veo continuamente a personas que no soportan el más mínimo dolor –ni físico ni psicológico- y toman pastillas claro, de todo tipo.

Con esto no quiero decir que yo esté en contra de los psicofármacos, a veces los recomiendo, cuando hay una enfermedad: depresión, obsesiones… por supuesto en psicopatías y demás. Estoy hablando de otra cosa, de no poder soportar el nerviosismo normal de aguantar al jefe, o los exámenes, o simplemente sentir la “necesidad” de estar SIEMPRE contentos. Hay quien piensa que ese es el estado natural: siempre contentos… y si no se consigue por las buenas ahí están esas pastillas que nos ayudan con la serotonina.

Veamos algunos ejemplos:

  • No soportamos el más mínimo sufrimiento de nuestros niños.

Empezamos con los niños. En cuanto tienen el mínimo problema en el colegio, acudimos como fieras para ver si podemos etiquetar el problema: acoso, bullying, etc. Es obvio decir que no quiero que los niños sufran, pero creo que hay un límite que estamos traspasando. El niño tiene que “vacunarse” para la vida, sobrevivir a la “sinceridad” de los compañeros, al rechazo en algún momento… es una forma de preparase para las relaciones sociales futuras. Pero los padres no podemos soportar que nuestros hijos lo pasen mal, así que les protegemos del mundo que les rodea, a veces de forma exagerada, casi ridícula. 


Y qué decir del Síndrome de falta de atención e hiperactividad, un síndrome que no se sabe muy bien si existe o no pero que tiene empastillados a miles de niños; evidentemente si a un niño se le da una anfetamina se concentra más, claro, es una droga dura. No quiero simplificar las cosas, sería una irresponsabilidad, pero tengo la impresión de que estamos empastillando el fracaso escolar. Puede que la anfetamina ayude algo a estos niños, pero sobre todo, ayuda a paliar la ansiedad de los padres.

  • La adolescencia implica un cierto grado de rebeldía y descontento que nos cuesta admitir y aguantar.

Con la adolescencia y la primera juventud llegan las relaciones amorosas y como decía el carca de Martín Vigil –al que en mi época leíamos irremediablemente_ “primer amor, primer dolor”. Hay peleas, rupturas, celos… y se sufre, claro que se sufre; pero como sufrir parece inadmisible, en lugar de llorar tranquilamente, deciden que no lo pueden soportar, descontrolan, se desquician y toda la familia de alrededor, que tampoco soporta verlo sufrir, se desquicia junto al enamorado sufriente.


  • No podemos soportar la incertidumbre laboral. Creemos necesitar tener claro lo que vamos a hacer el resto de nuestra vida.

Y así en cada etapa de la vida, cada una con sus preocupaciones, nos revelamos contra el dolor, contra la incertidumbre. Ni que decir tiene que en estos momentos en que el trabajo es el bien más preciado, no podemos soportar la posibilidad de perderlo, no podemos soportar la ansiedad que nos genera, no podemos soportar…


Escribía hace unos días sobre los jóvenes, y no tan jóvenes, que viven esperando que “cambie la situación”. Son personas que no pueden hacer el esfuerzo de enfrentarse a las dificultades porque les parecen insalvables. Así que desisten antes de intentarlo, o lo intentan muy poco.


Al no admitir la dureza de la vida hay que refugiarse; a veces basta con esconderse, otras hay que drogarse, en realidad ese es el papel que han cumplido las drogas a lo largo de la historia; ahora hay muchas que son legales y prescritas por un facultativo. Ya digo que no estoy en contra, solo de su abuso. 


Los terapeutas ayudamos a aliviar el dolor pero no hacemos milagros, a veces, lo más importante es enseñar a vivir, vivir de todas las maneras: contento, triste, con dolor, con amor o con desamor… vivir al fin y al cabo.

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