Autor: <span>Maria José Catalina</span>

La vida como un juego.

Me gusta decirles a los pacientes que deberían tomarse la vida como un juego. Algunos lo entienden, otros se oponen frontalmente. Dicen: “Mis proyectos son muy importantes para tomarlos como un juego”,   ”Yo no me tomo como un juego a mi familia, ni mis obligaciones”.

Los que más se oponen a este planteamiento suelen ser los que más se presionan y más sufren, y, en muchos casos, más fracasan porque la ansiedad, el miedo, no les permiten sacar partido a sus habilidades.

Cuando los niños juegan lo hacen poniendo en ello toda su concentración, todas sus ganas y toda su pasión; pero sin miedo a hacerlo mal, no hay presión, hay placer, hay entrega. De eso se trata.

Desgraciadamente, hay muchos que piensan que la presión, incluso el sufrimiento, son indispensables para hacer cosas “importantes” en la vida. Se equivocan.

Las circunstancias actuales hacen que la mayoría esté muy preocupada por el puesto de trabajo y, es probable, que esto lo consideren una frivolidad. Pero, creo que uno debería plantearse, siempre, trabajar en lo que le guste.

Alguien me dijo hace poco “Me acabo de jubilar, es como si hubiera salido de la cárcel”. Pensé que había vivido muy equivocado. ¿Cuánto tiempo ha estado esa persona en la cárcel, cuántos años?

Me diréis que todo el mundo no puede trabajar en lo que quiere, pero, lo cierto, es que muchos no lo intentan. Sus prioridades son la seguridad, el tiempo libre, ganar más… Cuando a esta persona le comenté que dedicaba muchas horas a mi trabajo, empezó a discutirme; no entendía, o no quería entender, que viviera el trabajo como un juego apasionante.

Elegir trabajos que te gustan es una forma de aproximarse al juego. Incluso plantearte la posibilidad de cambiar de juego, cuando ya te lo sabes y te aburres.

Estudiar con pasión, trabajar con pasión, amar con pasión… y también dejarlo, cuando no funciona. En esto consiste. La pasión del juego, una pasión que dura lo que dura el juego.

Hacerlo como un juego implica aceptar que cometeremos errores. Oigo muy a menudo a personas que me dicen “es que no puedo fallar”. Pensar que no puedo fallar es la mejor manera de equivocarme. La seguridad en uno mismo depende de muchos factores, pero, sin duda, las personas relajadas, que se proponen retos alegremente, tienen muchas más posibilidades de salir adelante, y, sobre todo, de no sufrir inútilmente.



La vida nos trae situaciones inevitablemente dolorosas, que tienen que ver, fundamentalmente, con los afectos. Las pérdidas de todo tipo: alejamientos, decepciones… muertes

Algún momento triste nos deparará la vida, sin duda. Momentos que tendremos que aceptar. A ser posible, también como los niños… llorando todo lo que nos pida el cuerpo y buscando algún “juego” que nos reconforte. Siempre con proyectos… de vida, de trabajo, de juego.

No te compadezcas de ti mism@.

La vida nos ofrece, siempre, momentos dolorosos. Además de los más dramáticos que suelen ser los fallecimientos de personas muy cercanas; podemos pasar por… el abandono de nuestra pareja, de nuestros hijos; vivimos traiciones de hermanos, de amigos, de cónyuges; nos sentimos injustamente tratados por compañeros, familiares, padres, hijos… Pasamos por enfermedades, nuestras o de los que nos rodean. Vivimos momentos de ruina, de carencias… hay tantas posibilidades de sufrir que no acabaríamos nunca de relatarlas.

El sufrimiento forma parte de la vida, sí, pero si queremos sobrevivir a él y seguir viviendo, tenemos que aprender a no compadecernos de nosotros mismos. Si nos damos lástima estamos perdidos.

Compadecerte es buscar argumentos para sentirte mal. Darte la razón para sufrir.

Me diréis que esos pensamientos que te recuerdan y alimentan tu dolor, aparecen sin que te los propongas… sí, así es. Pero te aconsejo que “los mantengas a raya”.

No caigas en la tentación de darte razones para sufrir. He visto pacientes que llevaban muchos años sufriendo para demostrar  -de forma no muy consciente- que su familia se había portado mal con ellos. Dejar de pensar en lo que les hace daño es para estas personas como perdonar, y como no quieren perdonar, tienen que seguir sintiéndose mal.

Aunque tengas razones para sentirte mal, puedes elegir sentirte menos mal, incluso sentirte bien.

Técnicamente se utiliza la palabra “resiliencia” para designar la capacidad de los individuos, y también, los grupos, para superar las etapas de dolor. Nuestra actitud respecto al dolor es fundamental para tener resiliencia. Insisto: no te compadezcas de ti mism@.

¿Cuándo van a poder salir del armario los enfermos mentales?

Que los trastornos mentales son enfermedades es una obviedad; no creo que nadie lo dude hoy en día. ¿Por qué, entonces, la persona que los sufre se siente culpable?

Hace unos días me decía una paciente que temía no estar a la altura en una tarea que se había propuesto. Temía que los demás se dieran cuenta de que no daba la talla. La paciente padece un trastorno bipolar; se medica, acude a terapia y hace todo cuanto está en su mano para intentar mejorar, pero tiene épocas muy malas – debidas a su biología – y esta era una de ellas. Yo le pregunte: “Si tuvieras cáncer, te dieran quimioterapia y te sintieras débil ¿También te preocuparía lo que los demás pensaran de ti?” Me dijo que no.

Como este caso podría contar cientos; los enfermos se sienten culpables, se sienten incomprendidos. Y es que hay una resistencia social a entender que un enfermo mental no puede acabar con su enfermedad solo por tener voluntad de hacerlo, incluso, en algunos casos, no podrá acabar nunca con su enfermedad.
Hay patologías muy graves y otras que, aunque menos graves, también limitan mucho la capacidad de disfrutar, de actuar, de ser autónomo, de ser libre.

Al igual que ocurre con el resto de enfermedades, el paciente puede poner de su parte o no. Si se esfuerza, seguramente conseguirá vivir mejor. Pero hay muchos trastornos en los que, parte del trabajo terapéutico, consiste en ayudar a aceptar la enfermedad, enseñar a convivir con las limitaciones.


El porcentaje de personas con trastornos mentales es muy alto; según las estadísticas entre un 15 y un 20% de la población desarrollará alguno a lo lardo de su vida. ¿Cuándo van a poder salir estas personas del armario? 

¿Por qué boicoteo mis parejas?

Uno de los problemas con los que nos encontramos los terapeutas,  con frecuencia, es el de personas que quieren tener pareja pero, cada vez que lo intentan, son ellos mismos los que la boicotean al cavo de poco tiempo. Ya he hablado, en otras ocasiones, de los adictos al amor, aquellos que empiezan una y otra vez relaciones pasionales. Pero no es este problema el que quiero abordar ahora.

El concepto de familia se aprende en la propia familia y eso es algo que marca de forma muy poderosa. Haber tenido una familia disfuncional es algo que nos hace tener un rechazo muy fuerte de la familia. Unos padres que se llevaban muy mal; unos padres que no supieron ocuparse de sus hijos; esto se instala en nuestro aprendizaje más profundo.

Cuando los hijos crecen y deciden recorrer su propio camino, lo habitual es que se abran a las relaciones amorosas. Cuando establecen una relación, empiezan los miedos, miedos más o menos conscientes, miedo a la traición, miedo al sufrimiento, miedo a que no los quieran; en definitiva, miedo a reproducir una familia como la que han conocido.  En muchos casos reaccionan con unos celosenfermizos, con un deseo desmedido de control. En otros, sencillamente le buscan defectos a la pareja; empiezan a temer por el futuro.  Llega un momento en que la situación se hace insostenible y la pareja se rompe. Cuando esto se repite, comienzan a pensar que “no sirven” para vivir en pareja.

Este rechazo a la familia se manifiesta también en el no deseo de tener hijos, se hace más evidente en el caso de las mujeres ya que son estas las que, en nuestra sociedad, se plantean de forma más emocional el deseo de reproducirse.

Aunque en la psicología cognitivo-conductual trabajamos fundamentalmente con el presente, en estos casos, no tenemos más remedio que acudir al pasado para explicarnos el por qué de estos comportamientos anómalos fruto de nuestro aprendizaje. Es evidente: aprendemos lo que es una familia en nuestra familia de origen.

Hay que trabajar mucho para superar estos miedos y crear la familia que nosotros queremos. Evidentemente, hay muchas formas de vivir, también sin pareja, también sin hijos; por supuesto, pero siempre que sea una elección, no una imposición de nuestro pasado.

Cuando enfermar se convierte en la única salida


Son 2 personas cualquiera, lo único que tienen en común es la certeza de no poder escapar de su realidad: 

  • Ella lleva toda la vida dominada por su madre. Ahora que su madre tiene más de 80 años y ella más de 50, su vida se reduce a cuidar de una madre tirana.
  • Él tiene un trabajo agotador, con turnos cambiantes que le impiden dormir bien y llevar una vida aceptable.
Ambos se ven atrapados en unas vidas que creen imposible cambiar. «¿Cómo voy a pensar que mi madre es insoportable?»»¿Cómo voy a dejar un empleo seguro?».

La única salida – ¿inconsciente? – es enfermar

  • «Si enfermo no tengo más remedio que descansar, darme de baja».
  • «Otra persona tendrá que atender a mi madre».
  • «Caigo en depresión, no he podido con el estrés, todo el mundo tiene que entenderlo.»
  • «Estoy cansad@. Me duele la espalda. Me duele la cabeza. Me duele todo el cuerpo. ¿Fibromialgia? ¿Enfermedad de Crohn?».
  • “El psiquiatra me manda muchas pastillas. Con los ansiolíticos descanso, duermo y vivo a medias, solo a medias, pero los demás saben que estoy enfermo”.
Enfermar es la única salida de aquellas personas que no soportan la vida que llevan y no se atreven a cambiarla. 

                                             
                   ¿¿No había otra salida?? 


                                                             

Abandonar la zona de confort

La zona de confort se compone de los lugares, las personas y las actividades que ya conocemos, dominamos, y no nos suponen mucho esfuerzo. Todos tenemos nuestra particular zona de confort, el lugar donde nos sentimos resguardados y cómodos. Es bueno tener ese “refugio”.

Los jóvenes, en general, si no tienen grandes problemas psicológicos, suelen abandonar fácilmente su zona de confort para conocer a otras personas, vivir experiencias e incluso aventuras. Los jóvenes que no lo hacen es porque sufren patologías que les hacen vivir con mucho miedo, o tienen familias que les han creado grandes dependencias.

A medida que vamos cumpliendo años, vamos afianzando nuestra zona de confort. Cada vez tenemos más claro lo que nos gusta y lo que no. Cada vez nos sentimos más cómodos en casa, en nuestro sofá, con nuestro televisor, o nuestro libro, o nuestro ordenador. Cada vez tenemos más claro cuáles son nuestros amigos. Cada vez damos más importancia a los afectos familiares. Todo eso está bien, significa que hemos encontrado nuestro lugar en el mundo.
El problema es que, cuando ya no estamos interesados en vivir algo diferente, en conocer a alguien nuevo… dejamos de crecer y empezamos a encoger.

Hay personas que, sin ser ancianos, ya se sienten muy mayores, y no es porque tengan problemas de salud, es porque la vida les da pereza. Se sienten mal cuando llevan demasiadas horas fuera de casa. Se niegan a vivir novedades. Es como si hubieran decidido que ya tienen bastante.

Si nos cuidamos, si estamos interesados en vivir cuantos más años mejor, con calidad de vida; también deberíamos mantener el interés por la vida; y la vida no puede reducirse a nuestra zona de confort, eso nos lleva a vivir al ralentí. Para estar en forma, desde el punto de vista psicológico, hay que seguir “exponiéndose”, retándose y descubriendo.  

No eres vago, te falta confianza en ti mismo.

Es muy difícil disculpar a una persona que nunca hace lo que se propone. Es muy difícil entender que falle una y otra vez. Lo normal es calificar a esa persona de vaga, despreocupada, incluso egoísta.

Ya he hablado alguna vez de como la crisis económica que sufrimos infiere a muchas personas una sensación de incapacidad; pero en esta entrada me quiero centrar en el problema psicológico que padecen aquellos que van abandonando los retos que la vida les pone por delante. Además no me refiero solo a retos laborales sino de todo tipo, también afectivos, sociales etc.

Veo en mí día a día profesional a algunos pacientes que padecen “trastorno de evitación”. Son personas que sufren mucho. Se sienten incapaces de hacer lo que se proponen; querrían estudiar pero no estudian, querrían madrugar pero no madrugan, querrían tener relaciones sociales pero no las tienen… querrían trabajar, querrían hacer muchas cosas que no hacen. Es difícil entenderlos. Los que les rodean les critican, les desprecian.

Estas personas no son vagas, su problema es la absoluta falta de confianza en su capacidad para conseguir lo que se proponen. Normalmente tienen muy poca tolerancia a la frustración y cuando han intentado algo; por ejemplo aprobar un examen y les han suspendido, lo han pasado muy mal, en eso consiste la baja tolerancia a la frustración. Después, cuando tienen que ponerse a estudiar, piensan que no les va a servir de nada, que no van a poder aprobar,  eso les genera una gran ansiedad y la forma de combatir la ansiedad en ese momento es pensar “ya estudiaré mañana”; de esta manera reducen la ansiedad y NO HACEN lo que se habían propuesto. Estas personas aplazan todo, aunque puede llegar un momento en que comiencen a renunciar a sus objetivos. Su vida es cada vez más limitada y su sufrimiento mayor.

Buscar trabajo, estudiar, relacionarse con amigos, hasta levantarse de la cama puede convertirse en un reto para los que no confían en sí mismos, para los que piensan “¿Para qué? Si da igual, si no lo voy a conseguir”.

El acoso escolar se combate con educación en valores y habilidades sociales.

Oimos en los medios de comunicación hablar constantemente de bullying o acoso escolar. A las consultas llegan muchos adolescentes contando qu lo sufren.
La policía da charlas en los colegios, advirtiendo a los niños de que su conducta puede ser un delito. Ponen especial énfasis en la gravedad del uso de las redes sociales para agredirse unos a otros;  pero al fin y al cabo es lo de siempre: reírse del otro, humillarlo, hacer correr algún bulo…


Sé que los niños sufren mucho cuando son rechazados e insultados por sus compañeros, pero no creo que la solución esté siempre en la acusación, y menos en manos de la policía. Creo que deben ser los educadores: maestros, orientadores, pedagogos, psicólogos… los que convenzan a los niños de que deben ser respetuosos, y también los que deben tratar a los niños que son rechazados, porque con estos niños, también, hay una labor que realizar, una labor de la que no suele hablarse.
No me parece que sea avanzar en formación asustar a los niños contándoles que su comportamiento es un delito.


Empecemos por “los malos”. Estos niños tienen poca empatía, poca capacidad para ponerse en el lugar del otro. No creo que disfruten pensando que el otro sufre, creo que, fundamentalmente, tienen poca sensibilidad y, sencillamente, se divierten sin pensar en las consecuencias de sus actos. Son egocéntricos y lo único que quieren es «ser populares». 
Hay siempre una competencia entre los niños, que les hace ponerse del lado del fuerte. Esto no significa que disculpemos su conducta, sino que busquemos la solución está en aumentando la empatía de estos niños. Hacer que se den cuenta del sufrimiento que generan. Y trabajar mucho en los VALORES. Desgraciadamente, la generosidad y la bondad no son los valores de la mayoría de nuestros niños, de nuestros adolescentes.

Además, estos “malos” suelen ser muy intolerantes. Hay muchas posibilidades de que estas actitudes las hayan aprendido en su casa. Si su familia les ha enseñado a ser homófobos, por ejemplo, ellos son homófobos, y puede que la policía consiga reprimirlos pero seguirán pensando igual. La solución es enseñarles valores, no amenazarles. En las familias, y también entre muchos maestros, hay una tendencia a calificar de bueno a lo que es “normal”; de manera que el que es “raro” se convierte en alguien a quien aislar. Hay que enseñarles que ser raro es perfecto, tan perfecto como no serlo.

Hablemos de “las víctimas”. Esos niños que son raros porque son gorditos, o empollones, o tímidos, o su familia es peculiar… niños que no saben enfrentarse a las burlas de los demás y que se convierten en blanco perfecto; porque no todo niño llega a ser víctima, normalmente llega el que tiene miedo a los demás, el que no tiene sentido del humor, el que tiene poca seguridad en sí mismo. 

Con esto no quiero hacerles responsables, claro que no. Pero me parece que ayudar a esos niños a quitarle dramatismo a la situación, a perder el miedo a sus compañeroses lo más importante. ¿Cómo se puede sentir un niño si sabe que sus colegas no se meten con él por miedo a la policía?

Los psicólogos vemos a muchas personas con fobia social, y esa fobia social siempre empieza en la infancia, en la adolescencia. Enseñar habilidades sociales, entrenar en inteligencia emocional. Ese es el camino.    



Y enseñar ética de verdad, no para salir del paso de los que no quieren estudiar religión. Enseñar valores como el respeto al diferente, y, aún más, el valor de “ser diferente”.


Salir de la depresión

Son muchas las causas de la depresión. A veces las principales son biológicas, pero, en la mayoría de los casos, aunque exista una personalidad depresiva, hay factores que la desencadenan. No se cura la depresión por averiguar sus causas, aunque eso puede ayudar a prevenirla y conseguir que no se repita.

La persona deprimida va abandonando las actividades que antes le reforzaban. Piensa que “no le apetecen” y que cuando supere la depresión volverá a realizarlas. Habitualmente, la persona deprimida, se queda solo con lo obligatorio y deja todo lo que hacía por gusto. Esto lleva a la persona a una vida “sin reforzamiento”, “el reforzamiento” es algo así como un premio que nosotros mismos nos damos cuando las cosas nos salen bien, o simplemente cuando nos gustan. 
Nos refuerzan las cosas que hacemos, sobre todo, las que más nos gustan. Juego un partido de pádel y eso me refuerza, cocino y eso me refuerza, tengo una charla con amigos y eso me refuerza. La persona deprimida cree, erróneamente, que un día se despertará y tendrá ganas otra vez de volver a hacer lo que hacía antes, pero ese día cada vez está más lejos. Porque al no actuar, al no reforzarse, cada vez está más deprimida. Es la pescadilla que se muerde la cola. 


Solo volviendo a la actividad conseguimos salir de la depresión. Tenemos que poner “la máquina” en funcionamiento. No se trata solo de voluntad, como algunos creen. Hay muchos que le dicen al deprimido “con voluntad se sale de esto”. Con voluntad y, sobre todo,  con conocimiento de lo que tenemos que hacer. Hay que buscar justamente aquello que más nos gustaba y hacerlo, aunque ahora pensemos que no es el momento. A veces, hay que dejar lo que hacemos por obligación y permitirnos los “caprichos”. Cuando volvamos a estar bien ya volveremos a las obligaciones. Sin culpabilidad. Tenemos que reforzarnos, con acción, pero acción placentera.
                                                                                                                   

¡Quiero ser como los demás!

Oigo mucho frases como esta: “Veo a los demás que son felices, que están tranquilos… y yo en cambio…” Les digo, logicamente, que los demás también tienen problemas.

Y es que “los demás” se compone de muchos individuos con problemas. “Los demás” no es una masa homogénea. Esto que parece tan obvio no lo es para muchas personas. En el caso de los adolescentes esto se puede vivir como una tragedia, pero hay muchas personas adultas que continúan sintiéndose “el patito feo”, no en el sentido estético sino en sentido psicológico,  sienten que son inútiles por no saber vivir, torpes por sufrir.



Evidentemente, unas personas sufren más que otras, y se pasa por etapas mejores o peores, pero la visión, desde fuera, de “la masa feliz” es totalmente falsa y crea en el que la mira un sentimiento de soledad profunda.

El bienestar consiste en aceptar el malestar. Los que saben que la vida se compone de problemas que hay que superar, de obstáculos con los que hay que convivir, esos son los que lo pasan mejor, o menos mal. Con esto no quiero decir que la vida sea “un valle de lágrimas”, claro que no. Lo que quiero decir es que parte del éxito consiste en asumir que uno es tan desgraciado o afortunado como los demás. La madurez consiste en saber que para que algo te salga bien tienes que dejar pasar otras muchas veces en que te salió mal. Y que eso es la vida… la de todos…

Dejar de preocuparnos demasiado.

La mayoría de las personas que se preocupan demasiado desearían preocuparse menos. Pero, lo cierto es que, hay algunas …

Tu no tienes la culpa de tener ansiedad, estar depresivo o tener obsesiones…

La salud mental es como el resto de la salud, algo que «te toca» con mayor o menor suerte. Todos elogiamos a aquellos que …

¿Nos estamos volviendo una sociedad con déficit de atención, vamos hacia el TDAH global?

El déficit de atención, que tanto se diagnostica en niños, suele ir unido a la hiperactividad. El mecanismo es el siguiente: …