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Abandonar la zona de confort

La zona de confort se compone de los lugares, las personas y las actividades que ya conocemos, dominamos, y no nos suponen mucho esfuerzo. Todos tenemos nuestra particular zona de confort, el lugar donde nos sentimos resguardados y cómodos. Es bueno tener ese “refugio”.

Los jóvenes, en general, si no tienen grandes problemas psicológicos, suelen abandonar fácilmente su zona de confort para conocer a otras personas, vivir experiencias e incluso aventuras. Los jóvenes que no lo hacen es porque sufren patologías que les hacen vivir con mucho miedo, o tienen familias que les han creado grandes dependencias.

A medida que vamos cumpliendo años, vamos afianzando nuestra zona de confort. Cada vez tenemos más claro lo que nos gusta y lo que no. Cada vez nos sentimos más cómodos en casa, en nuestro sofá, con nuestro televisor, o nuestro libro, o nuestro ordenador. Cada vez tenemos más claro cuáles son nuestros amigos. Cada vez damos más importancia a los afectos familiares. Todo eso está bien, significa que hemos encontrado nuestro lugar en el mundo.
El problema es que, cuando ya no estamos interesados en vivir algo diferente, en conocer a alguien nuevo… dejamos de crecer y empezamos a encoger.

Hay personas que, sin ser ancianos, ya se sienten muy mayores, y no es porque tengan problemas de salud, es porque la vida les da pereza. Se sienten mal cuando llevan demasiadas horas fuera de casa. Se niegan a vivir novedades. Es como si hubieran decidido que ya tienen bastante.

Si nos cuidamos, si estamos interesados en vivir cuantos más años mejor, con calidad de vida; también deberíamos mantener el interés por la vida; y la vida no puede reducirse a nuestra zona de confort, eso nos lleva a vivir al ralentí. Para estar en forma, desde el punto de vista psicológico, hay que seguir “exponiéndose”, retándose y descubriendo.  

No eres vago, te falta confianza en ti mismo.

Es muy difícil disculpar a una persona que nunca hace lo que se propone. Es muy difícil entender que falle una y otra vez. Lo normal es calificar a esa persona de vaga, despreocupada, incluso egoísta.

Ya he hablado alguna vez de como la crisis económica que sufrimos infiere a muchas personas una sensación de incapacidad; pero en esta entrada me quiero centrar en el problema psicológico que padecen aquellos que van abandonando los retos que la vida les pone por delante. Además no me refiero solo a retos laborales sino de todo tipo, también afectivos, sociales etc.

Veo en mí día a día profesional a algunos pacientes que padecen “trastorno de evitación”. Son personas que sufren mucho. Se sienten incapaces de hacer lo que se proponen; querrían estudiar pero no estudian, querrían madrugar pero no madrugan, querrían tener relaciones sociales pero no las tienen… querrían trabajar, querrían hacer muchas cosas que no hacen. Es difícil entenderlos. Los que les rodean les critican, les desprecian.

Estas personas no son vagas, su problema es la absoluta falta de confianza en su capacidad para conseguir lo que se proponen. Normalmente tienen muy poca tolerancia a la frustración y cuando han intentado algo; por ejemplo aprobar un examen y les han suspendido, lo han pasado muy mal, en eso consiste la baja tolerancia a la frustración. Después, cuando tienen que ponerse a estudiar, piensan que no les va a servir de nada, que no van a poder aprobar,  eso les genera una gran ansiedad y la forma de combatir la ansiedad en ese momento es pensar “ya estudiaré mañana”; de esta manera reducen la ansiedad y NO HACEN lo que se habían propuesto. Estas personas aplazan todo, aunque puede llegar un momento en que comiencen a renunciar a sus objetivos. Su vida es cada vez más limitada y su sufrimiento mayor.

Buscar trabajo, estudiar, relacionarse con amigos, hasta levantarse de la cama puede convertirse en un reto para los que no confían en sí mismos, para los que piensan “¿Para qué? Si da igual, si no lo voy a conseguir”.

¡Quiero ser como los demás!

Oigo mucho frases como esta: “Veo a los demás que son felices, que están tranquilos… y yo en cambio…” Les digo, logicamente, que los demás también tienen problemas.

Y es que “los demás” se compone de muchos individuos con problemas. “Los demás” no es una masa homogénea. Esto que parece tan obvio no lo es para muchas personas. En el caso de los adolescentes esto se puede vivir como una tragedia, pero hay muchas personas adultas que continúan sintiéndose “el patito feo”, no en el sentido estético sino en sentido psicológico,  sienten que son inútiles por no saber vivir, torpes por sufrir.



Evidentemente, unas personas sufren más que otras, y se pasa por etapas mejores o peores, pero la visión, desde fuera, de “la masa feliz” es totalmente falsa y crea en el que la mira un sentimiento de soledad profunda.

El bienestar consiste en aceptar el malestar. Los que saben que la vida se compone de problemas que hay que superar, de obstáculos con los que hay que convivir, esos son los que lo pasan mejor, o menos mal. Con esto no quiero decir que la vida sea “un valle de lágrimas”, claro que no. Lo que quiero decir es que parte del éxito consiste en asumir que uno es tan desgraciado o afortunado como los demás. La madurez consiste en saber que para que algo te salga bien tienes que dejar pasar otras muchas veces en que te salió mal. Y que eso es la vida… la de todos…

El amor como adicción

Me encuentro frecuentemente con personas que mantienen relaciones amorosas que les hacen daño. Son conscientes de que esas relaciones son perjudiciales -eso que ahora se llama relaciones tóxicas- pero dicen que no pueden dejarlas. Evidentemente, no es que no puedan, es que les costaría mucho hacerlo.


Cuando indagamos en las razones por las que una persona no deja a otra que le hace sufrir, al principio se recurre siempre a frases hechas, como “es que l@ quiero”. Una vez superados los tópicos, llegamos a la conclusión de que no están dispuestos a pasar por el intenso dolor que suponen -o saben porque ya lo han probado les va a suponer la separación.


En muchos casos lo han intentado, han abandonado la relación, pero no han durado mucho, como el sufrimiento era enorme, decidieron volver. No retoman la relación porque crean que va a ir mejor, o porque haya habido cambios sustanciales. Vuelven… como se vuelve a la droga… por el “mono”.


Suelen ser relaciones muy pasionales, que en algunos momentos son muy gratificantes, pero que, a la larga, van destruyendo a la persona que las sufre; en algunas ocasiones a las 2 personas.


El tipo de relación que crea esta adicción suele ser esa que proporciona “un día bueno y dos malos”. El día bueno suele ser de reconciliación y gran explosión amorosa y, de alguna manera, “compensa” lo malo. 

Este tipo de relación proporciona lo que llamamos reforzamiento intermitente, que es el más difícil de extinguir, porque uno siempre espera que se repita. Cuando alguien te refuerza todos los días y de pronto deja de reforzarte tú entiendes que se ha acabado, pero en el caso del reforzamiento intermitente no.

El amor como adicción es una de las formas que los terapeutas tenemos de abordar el problema. Hay que convencer a la persona que tiene que pasar por el trance, de que, tras un periodo difícil de “desintoxicación”, se alegrará de haber recuperado su libertad.


El sufrimiento psicológico es el más profundo e incomprendido.

Cuando le digo a alguien “Lo que te pasa tiene un componente biológico” siempre me responde con la misma pregunta “¿Eso quiere decir hereditario?”, y yo suelo responder que no lo sé, que tal vez. 
Hace poco oí que conocemos el 20% de nuestro cerebro. Pero, con lo poco que sabemos, conocemos la base «física» de algunos trastornos. 

Y la experiencia me corrobora que algunas enfermedades están en “el cuerpo” de las personas, y esas personas tienen obsesiones, igual que otras pueden tener diabetes. 

Desde la psicología podemos ayudar a estas personas, ayudarlas a entender lo que les pasa, a controlarlo y también a aceptar. Y algo importante, debemos quitarles el sentimineto de culpa. 

En nuestro mundo, tener problemas psicológicos es un signo de debilidad, a veces de egoísmo o de torpeza. Las personas que tienen este tipo de problemas suelen arrastrarlos durante años, desde la niñez en muchas ocasiones. Acostumbran a encontrarse con mucha incomprensión a su alrededor.

En el terreno de la psicología hay mucho “gurú”, much@ “bruj@”, estos “profesionales” hacen creer a los pacientes que son responsables-culpables de todo lo que les pasa. Y se refugian en la superstición, en esa creencia pseudoreligiosa de que todo tiene un por qué, algo así como una explicación cósmica.

A veces, podemos encontrar la causa concreta de un trastorno, eso es estupendo porque actuamos directamente sobre dicha raíz. 

Otras veces, la mayoría, se mezclan muchas cuestiones -familia, aprendizaje, ideas irracionales et. etc.- y en algunas ocasiones el sufrimiento del paciente es tan intenso que no se puede explicar con una o varias razones, hay personas que tienen enfermedades que solo podemos paliar, enseñar “trucos” para vivir con ellas. Y, a veces lo más importante, liberar a estos pacientes de la culpa de ser así.

Cuántas veces oímos los psicólogos la frase “me gustaría ser como los demás”. Los que dicen esto creen que todos menos ellos son felices y se sienten terriblemente cansados y culpables por ser tristes y complejos. Están hartos de oír “Te quejas porque no tienes ningún problema real”. Los psicólogos sabemos que estos problemas no solo son reales sino muy dolorosos. Hay que aprender a dominarlos… sin magia… con ciencia.

“¿Cómo vas a dejar ese trabajo, hoy en día?”

Veo a personas angustiadas porque no les gusta su trabajo, no les gusta el ambiente de su trabajo, no les interesa lo que hacen. Tienen sueños, aunque ni siquiera se plantean contemplarlos; han descubierto que les interesa algo a lo que ni se dedican ni piensan dedicarse.

Estar en el paro es una desgracia. Trabajar en algo que no te gusta también. Pero la sociedad se dedica a convencernos de que eso es una frivolidad, una especie de egoísmo, de inmadurez. Si tienes un trabajo ya es suficiente. Y no estoy hablando solo de sueldos bajos, horarios imposibles o jefes despóticos. Estoy hablando de dedicarte a algo que te guste, que te interese, al menos que te entretenga, que te haga sentir bien. Dedicamos muchas horas al trabajo, las personas que lo pasan mal en el trabajo suelen acabar teniendo muchos problemas: ansiedad, frustración, falta de autoestima…

Un paciente me cuenta la conversación que mantiene una y otra vez:
          “No me gusta mi trabajo, estoy pensando dejarlo”.
        “¿Cómo lo vas a dejar?” Hoy en día dejar un trabajo es una locura.

Evidentemente trabajamos porque necesitamos ganar dinero para mantenernos y, en muchas ocasiones, no tenemos alternativas. Pero no siempre es así. Hay personas jóvenes -o menos jóvenes- con muchas posibilidades, que podrían arriesgarse.

Nos han metido el miedo en el cuerpo. La maldita crisis nos ha convertido en cobardes. Y en una sociedad de cobardes todo es más difícil. Si tú no aceptas las condiciones “precarias”, las aceptará otro. Los empresarios explotadores están más felices que nunca.

Pero volvamos al punto de partida. Aunque el trabajo tenga un sueldo razonable y unas condiciones decentes, es posible que no nos guste. Y no es una locura dejarlo y buscar otra vía por la que ganarnos la vida.

Los mayores del lugar hemos conocido muchas épocas de paro en España, España es un país de paro. Probablemente por eso hay tanta afición a ser funcionario. Pero en otras épocas hubo una juventud idealista que se movía pensando en “vocación”, “libertad”, “riesgo”…Una juventud que vivió con menos miedo del que veo ahora por todas partes.


Aunque estemos en una situación “delicada”, uno no puede renunciar a intentar, al menos intentar, hacer lo que le gusta. Es posible que se lleve la sorpresa de lograrlo

Adolescentes ¿Cada vez más sexistas?

Esta semana hemos oído la noticia de que, en Sevilla, se ha detenido a una banda de adolescentes violentos, todo lo que cuentan sobre sus ritos y hábitos agresivos es espeluznante.

No me gusta la idea de criticar a los adolescentes y jóvenes actuales y mucho menos afirmar que son peores que los adolescentes que fuimos en otros tiempos. Creo que muchos de los adolescentes de hoy en día son la primera generación de españoles que habla inglés de verdad. Algunos estudian compulsivamente para sacar esas “notas de corte” imposibles para entrar en determinadas facultades. Han aprendido pronto a hacer algo en la cocina porque ya no tienen una madre permanentemente ocupada en servir a la familia. Están informados, conectados con el mundo y, muchos de ellos, hacen deporte, mucho más de lo que lo hacíamos antes; pertenecen a equipos y entrenan o van al gimnasio, o simplemente salen a correr, running se llama ahora.

Al oír la noticia de la banda de adolescentes violentos y las posibles explicaciones -nada científicas- por parte de la prensa de la influencia de los videojuegos en estas actitudes agresivas, me puse a pensar sobre los adolescentes de hoy. Echando mano de mis conocimientos teóricos y  la experiencia, mucho más valiosa, que me proporcionan algunos pacientes adolescentes, más el “master” que supone ser madre de adolescente, más lo que veo por la calle;  empecé a pensar qué defecto veía claramente en ellos.

Y di con algo que veo clarísimo: el sexismo.

En los años 70 llegó la moda unisex, era algo que permitía a las mujeres ir más cómodas, más libres, y a los hombres les permitía ampliar su vestuario, siempre tan restringido. No era solo una moda: se trataba de ser más iguales. Tod@s podían llevar zapatos planos, tod@s podían llevar los mismos pantalones o las mismas camisas.  Además, las mujeres podían llevar el pelo corto, y los hombre el pelo largo, cada cual lo que quisiera. Ya sé que esto de la vestimenta no es lo importante y, además, me parece bien que los chicos y chicas quieran aparecer atractivos, sensuales… pero hay algo de verdad en lo de “el hábito hace al monje”.
Cada vez veo más tacones y más altos entre las chicas, más largo el pelo de ellas, los vestidos más ajustados, más maquillaje, más depilación, incluso han vuelto las fajas, más incomodidad “femenina”.



Muchos de estos adolescentes han tenido padres y profesores que pretendían darles una educación no sexista, de pequeños debían jugar juntos, se han puesto en cuestión los juguetes diferenciados para niños y para niñas: las pistolas y las cocinitas.


Podría parecer que las nuevas tecnologías debían acercarlos pero… por lo que veo, no es así.

Lo cierto es que ellos juegan mayoritariamente a juegos de ordenador, play o cualquier consola y sus juegos, casi en exclusiva, son juegos de guerra, les llaman de estrategia… sí, estrategia para matar. Ellas no. Ellas juegan mucho menos con este tipo de tecnología, utilizan las redes sociales, se hacen fotos, y aprenden a maquillarse, por ejemplo.


Tampoco leen lo mismo, ni siquiera sus grupos musicales coinciden habitualmente.

Organizan “botellonas” para encontrarse unos y otras. No voy a demonizarlas, siempre se han hecho fiestas para beber y ligar. Me gustaría pensar que los adolescentes actuales saben algo más del otro sexo que sus generaciones anteriores pero me temo que no es así.

Oigo con espanto que a las niñas (antes de la adolescencia) se ha puesto de moda regalarles  por sus cumpleaños una sesión de belleza junto a sus amiguitas, ellas solas claro, sin niños; los niños, en cambio, lo celebran en la bolera, o en el “paintball”, un lugar donde juegan a luchar, con laser… los estragos de la crisis pueden hacer que las celebraciones sean más modestas pero la tendencia es esa. Parece que ya hay muchos padres que no se plantean “hacerlos más iguales”.


En el extremo más exagerado de esta generación adolescente está el duro y violento jefe de la banda que se liga a la chica más guapa, femenina y maquillada. Afortunadamente esto es una anécdota, los demás… ¿Qué roles juegan? Me temo que vuelven a diferenciarse… cada vez más, qué pena. 

Tímido y andaluz

Ser tímido y andaluz
¿Diréis que qué tiene que ver? El caso es que hace poco ha sido la feria de Sevilla, y las de algunos pueblos cercanos, y como yo ejerzo en Sevilla y la mayoría de mis pacientes son andaluces, he vuelto a reflexionar sobre un asunto que hace tiempo vengo “barruntando”. La idiosincrasia de este pueblo nuestro parece que a algunas personas les pone las cosas más difíciles, o al menos así lo perciben ellos.

Por supuesto, tímidos hay en todas partes, aquí igual que en cualquier lugar del mundo. Personas a las que les dan miedo los demás, en mayor o menor medida, personas que lo pasan mal al saberse observadas. Eso es algo universal, claro.
¿Por qué, entonces, hago diferencias? Pues porque hay algunas situaciones en las que los tímidos lo pasan especialmente mal, según me cuentan. Por poner un ejemplo “extremo”, bailar sevillanas, o simplemente estar en una “caseta de feria” y tener que estar “muy animados”. Estas situaciones ocurren puntualmente, por lo que, a priori, no sería importante; pero toda esta “forma de ser” implica que hay que tener cierta “gracia” en el comportamiento, gracia al contar las cosas, desparpajo, etc.

Os parecerá que estoy cayendo en el topicazo, pero… me explico: Me encuentro con personas a las que les gusta poco salir, se sienten bien con amigos muy cercanos, con gustos poco expansivos -como leer o estar en internet- y que se sienten raros. Esta rareza se agrava si son jóvenes, porque los mayores tienen menos necesidades de relación; pero si son jóvenes y les intimida hablar en un grupo grande o no les apetece “la botellona”… yo tiendo a pensar que si estuvieran en… Holanda, pongamos por caso, les resultaría más fácil. Con esto no quiero decir que se llegue a la fobia social solo por las peculiaridades de nuestra tierra, no, no es eso pero sí hace que algunos se automarginen por verse diferentes de lo que se espera de ellos ¿cómo andaluces?


Evidentemente hay tímidos en todas partes y en todas hay extrovertidos, graciosos, simpáticos… Pero es cierto que aquí hay algo que da un poco más de miedo; sobre todo si uno es adolescente o joven y se siente “soso”, muy soso. Si el soso viene de… Soria, pongamos por caso, no le preocupa… pero si el soso es de aquí, hay más posibilidades de que lo lleve mal.

Todo esto es un tópico sí, pero ese es el problema, que la gente se cree el tópico y muchos andaluces (hablo sobre todo de la parte Occidental que es la que trato más) se sienten mal por no responder al tópico: “es que yo no me siento de aquí” dicen algunos, como si para ser andaluz hiciera falta haber pasado un casting para un concurso de chistes.

«¡No lo puedo soportar!»

Me gustó mucho el artículo de Anna Flotats en el diario Público: “Usted está enfermo: padece una vida normal” http://www.publico.es/actualidad/510165  Y he querido tocar este tema desde el punto de vista de la psicología. Veo continuamente a personas que no soportan el más mínimo dolor –ni físico ni psicológico- y toman pastillas claro, de todo tipo.

Con esto no quiero decir que yo esté en contra de los psicofármacos, a veces los recomiendo, cuando hay una enfermedad: depresión, obsesiones… por supuesto en psicopatías y demás. Estoy hablando de otra cosa, de no poder soportar el nerviosismo normal de aguantar al jefe, o los exámenes, o simplemente sentir la “necesidad” de estar SIEMPRE contentos. Hay quien piensa que ese es el estado natural: siempre contentos… y si no se consigue por las buenas ahí están esas pastillas que nos ayudan con la serotonina.

Veamos algunos ejemplos:

  • No soportamos el más mínimo sufrimiento de nuestros niños.

Empezamos con los niños. En cuanto tienen el mínimo problema en el colegio, acudimos como fieras para ver si podemos etiquetar el problema: acoso, bullying, etc. Es obvio decir que no quiero que los niños sufran, pero creo que hay un límite que estamos traspasando. El niño tiene que “vacunarse” para la vida, sobrevivir a la “sinceridad” de los compañeros, al rechazo en algún momento… es una forma de preparase para las relaciones sociales futuras. Pero los padres no podemos soportar que nuestros hijos lo pasen mal, así que les protegemos del mundo que les rodea, a veces de forma exagerada, casi ridícula. 


Y qué decir del Síndrome de falta de atención e hiperactividad, un síndrome que no se sabe muy bien si existe o no pero que tiene empastillados a miles de niños; evidentemente si a un niño se le da una anfetamina se concentra más, claro, es una droga dura. No quiero simplificar las cosas, sería una irresponsabilidad, pero tengo la impresión de que estamos empastillando el fracaso escolar. Puede que la anfetamina ayude algo a estos niños, pero sobre todo, ayuda a paliar la ansiedad de los padres.

  • La adolescencia implica un cierto grado de rebeldía y descontento que nos cuesta admitir y aguantar.

Con la adolescencia y la primera juventud llegan las relaciones amorosas y como decía el carca de Martín Vigil –al que en mi época leíamos irremediablemente_ “primer amor, primer dolor”. Hay peleas, rupturas, celos… y se sufre, claro que se sufre; pero como sufrir parece inadmisible, en lugar de llorar tranquilamente, deciden que no lo pueden soportar, descontrolan, se desquician y toda la familia de alrededor, que tampoco soporta verlo sufrir, se desquicia junto al enamorado sufriente.


  • No podemos soportar la incertidumbre laboral. Creemos necesitar tener claro lo que vamos a hacer el resto de nuestra vida.

Y así en cada etapa de la vida, cada una con sus preocupaciones, nos revelamos contra el dolor, contra la incertidumbre. Ni que decir tiene que en estos momentos en que el trabajo es el bien más preciado, no podemos soportar la posibilidad de perderlo, no podemos soportar la ansiedad que nos genera, no podemos soportar…


Escribía hace unos días sobre los jóvenes, y no tan jóvenes, que viven esperando que “cambie la situación”. Son personas que no pueden hacer el esfuerzo de enfrentarse a las dificultades porque les parecen insalvables. Así que desisten antes de intentarlo, o lo intentan muy poco.


Al no admitir la dureza de la vida hay que refugiarse; a veces basta con esconderse, otras hay que drogarse, en realidad ese es el papel que han cumplido las drogas a lo largo de la historia; ahora hay muchas que son legales y prescritas por un facultativo. Ya digo que no estoy en contra, solo de su abuso. 


Los terapeutas ayudamos a aliviar el dolor pero no hacemos milagros, a veces, lo más importante es enseñar a vivir, vivir de todas las maneras: contento, triste, con dolor, con amor o con desamor… vivir al fin y al cabo.

La vida es demasiado corta para esperar

Me encuentro continuamente con jóvenes en stand by. Cuando les pregunto qué quieren hacer o a qué aspiran, me dicen que ahora mismo están esperando “a qué esto cambie”. 

Normalmente son personas jóvenes, personas que solo han conocido la España de los últimos veintitantos años y creen que la única forma de vivir es la que tuvimos en la década pasada. No saben cuánto van a tener que esperar, pero están convencidos de que todo cambiará y de que ellos, entonces, tendrán su oportunidad.

Cuando uno es muy joven no es consciente de lo corta que es la vida, de lo rápido que pasa el tiempo. Yo les digo que no creo que “esto cambie mucho” y que, probablemente, no volvamos a lo que ellos recuerdan como “normal”, que en realidad fue un periodo muy corto de nuestra historia, que este ha sido siempre un país más bien pobre, en vías de desarrollo, siempre en vías de desarrollo.

Independientemente de la responsabilidad que puedan tener los gobiernos – nacionales, autonómicos, europeos etc.-,  los Blesa de turno y la macreconomía en general; uno se tiene que hacer, en todo momento, con los mandos de su vida a todos los niveles: afectivo, social, económico… y no desaprovechar ni un solo día. Esto es compatible con quejarse, manifestarse, hacer escraches o incluso quemar contenedores si es necesario… Pero esperar no, esperar nunca. No te van a devolver los veintitantos años, ni los trentaitantos…

Levantarte todos los días con algún propósito es lo más saludable. Os aseguro que la mayoría de las personas tienen más problemas los fines de semana que los días laborables, me refiero a los que tiene trabajo, claro.

Entiendo el desanimo de estos jóvenes que han dejado de buscar trabajo, que ya no saben qué cursillo hacer, que no se atreven a emprender nada. Pero si te planteas que solo existe el presente y no sabemos si habrá un futuro mejor, estarás en el punto de partida correcto. Entonces tendrás que decidir hacer algo, lo que sea… aquí o en otro sitio, correr riesgos si es necesario…  pero esperar no, esperar ¿qué?

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