Blog: Moralidad de cintura para arriba

¿Por qué tanta gente sufre estos días navideños?

Es evidente que nuestros sentimientos están condicionados. Es muy difícil pasar el día 24 de Diciembre, como si fuera el 24 de Enero o el 24 de Noviembre. Aunque uno decida «pasar de todo» estamos «condicionados» y eso no se supera así como así. ¿O tal vez no hay por qué superarlo?

El caso es que muchas personas, a las que sí gusta la Navidad, dicen que se ponen tristes en estas fechas. La mayoría asociamos la Navidad con estar en familia y como la familia va muriendo, indefectiblemente, la Navidad se convierte, en una época triste. También hay nostalgia de la infancia… demasiada carga afectiva.
Además están los problemas para ponerse de acuerdo con dicha familia, que en el caso de las parejas, se duplica y se complica, y como, en Navidad, todo es muy emocional y muy intenso, cobra mucha importancia con quién se está o con quién no. Al final, se piensa en «los que no están», terrible frase navideña.

Son muchos los que compran regalos «por obligación». En estos momentos de penuria económica, el número de los que lo pasan mal teniendo que gastar ha aumentando. Preparar comidas también puede ser un disfrute o una obligación. El problema es no ser libres para decidir si queremos hacerlo o no.

Ciertamente es difícil decidir no participar, no solo porque la familia puede molestarse sino porque nosotros -debemos reconocerlo- no nos quedaríamos tranquilos si no hiciéramos algún regalo, acudiéramos a alguna fiesta o comilona o adornásemos nuestra casa. Y cuando hay niños con más motivo. Con ellos no nos planteamos ni por un momento dejar de regalar o de celebrar, parece que los niños le dan aún más sentido a la Navidad.


Los ritos forman parte de todas las culturas y son importantes. Las llamada «fechas señaladas» son una buena excusa para reunirse. Todos los países, todas las culturas, tienen sus fechas señaladas y está bien que existan porque rompen la monotonía de los días e introducen celebraciones y fiestas. 

Creo que el problema es la rigidez de nuestra celebración, sobre todo alrededor de los días 24-25, y de la familia, y lo que tiene de excesivamente sentimental. Estaría bien que fuera modernizándose y relajándose. Que el que quisiera pudiera cambiar a la familia por un grupo de buenos amigos o por los vecinos… o que los regalos pudieran ser simbólicos si nuestra economía está resentida. Sobre todo, que le quitáramos esa gran carga de dramatismo, del que tanta culpa tienen la publicidad y los medios de comunicación: eso de «vuelve a casa vuelve» que tanto sufrimiento aporta. Vuelve si quieres o si no tómate un cava con los vecinos y no sufras.


Los emprendedores-autónomos necesitan una salud de hierro.

El Gobierno quiere que seamos emprendedores, por eso cuento la historia de un autónomo con depresión y ansiedad. Porque los que nos hemos apuntado a “emprender” necesitamos una salud física y psíquica de hierro.

Este hombre, al que llamaremos Evaristo, con nivel universitario, decidió montar un negocio relacionado con su formación. Y le fue bien, hasta que un día le fue mal. Ese es un riesgo que corre el que arriesga todo: su trabajo, su dinero, su patrimonio… Y, a pesar de ser un hombre fuerte y trabajador, se hundió, y, desde entonces, no ha levantado cabeza. 

Pero Evaristo siguió trabajando, casi siempre, porque hay días que no puede levantarse de la cama. Esos días se quiere morir, porque sabe que si no sale a trabajar no gana dinero, y, además, va perdiendo clientes, va perdiendo negocio. Intenta, a toda costa, seguir, pero a veces le da miedo, porque tiene que conducir y se siente tan mal que cree que puede tener un accidente. 

Como no puede ni dormir, ni levantarse de la cama, algún médico le dio muchas pastillas que no puede dejar, porque ya está enganchado.

Evidentemente, cualquier médico le daría una baja si tuviera un trabajo de esos en los que se dan bajas, pero Evaristo no puede estar de baja, eso significaría cerrar su negocio, además de que no está bien inventado cómo se da de baja un autónomo, tiene que conseguir una invalidez… un lío y una ruina. 

Así que Evaristo, a trancas y barrancas, sale a trabajar intentando que no se le note lo nervioso que está. Pero se le nota. Y no se atreve a contar que está mal, en el mundo de los negocios eso no funciona. Así que cada vez le va peor – la pescadilla se muerde la cola – y él cada vez se siente peor.

No me gusta el dramatismo, pero cada vez que oigo lo de “ser emprendedores” me acuerdo de Evaristo, y mientras escribía esto me he dado cuenta – y os aseguro que no lo había pensado, debo ser una inconsciente, por suerte – de que yo, ahora, salvando las distancias, estoy igual de desprotegida que Evaristo; no tengo intención de ponerme enferma pero, por si acaso, he anulado una revisión médica que tenía prevista para la próxima semana, vaya a ser que me encuentren algo y a ver qué hago.

Hay mucho que hacer contra la violencia machista

Hay mucho que hacer para acabar con la violencia machista. He querido reflexionar sobre uno de los muchos comportamientos que inciden en ella. Porque solo con «slogans» no se acaba.


Algunas mujeres creen que con la  fuerza de su “amor” van a poder cambiar a ese hombre “controlador” y posesivo que, cuando no consigue su objetivo, deja aflorar toda su agresividad y que al día siguiente, o incluso antes, se arrepiente y pide perdón; y vuelta a empezar.


Los maltratadores no llevan cuernos y rabo, son hombres bastante corrientes, habitualmente muy inseguros, y pueden, incluso, resultar tiernos. Hay mujeres que, sin darse cuenta del peligro que tienen, se enamoran de ellos. Estas mujeres no tienen por qué ser incultas, ni bobas, ni siquiera dependientes económicamente… pueden ser mujeres fuertes, inteligentes, con formación; mujeres que un día descubren que su hombre intenta controlarlas de una forma desproporcionada. Cuando se rebelan contra esta posesividad tremenda, estos hombres se vuelven agresivos; la mayoría de ellos también se sienten mal por ser así, y ellas piensan que su hombre tiene “un problema” y que lo van a ayudar, conseguirán que cambie, y luego serán felices juntos.

Lo que ocurre es que no consiguen cambiarlo, y ellas cada vez están más asustadas, más nerviosas y mucho más aisladas, porque estas cosas no se las pueden contar a nadie, dan mucha vergüenza.  Muchas de estas mujeres acaban con una depresión grave, sin saber ya ni quiénes son, ni por qué están con ese hombre; y, a veces, en un momento de lucidez deciden huir, y eso también puede convertirse en peligroso. Pero, en el peor de los casos, la gran paliza ocurre un día que a él se le va la mano, más de lo normal.


Es cierto que el maltratador se arrepiente, la mayoría de las veces, de su comportamiento. Un comportamiento celoso y obsesivo que estalla en descontrolados accesos de agresividad. Muchos de ellos creen que no pueden controlar su impulsividad. Deben buscar ayuda; aunque es difícil, pueden intentar cambiar y dejar de ser ese “monstruo” que a ellos también avergüenza. Tienen que empezar por reconocerlo, al igual que los alcohólicos, deben comenzar diciendo: “soy un maltratador”. 

La autoestima, nuestro bien más preciado.

Veo personas “empastilladas” hasta los ojos para poder soportar las humillaciones a las que las someten sus jefecillos, que a su vez están sometidos por otros jefes y así, de forma piramidal, se van machacando unos a otros, con la excusa de la crisis y la visión de “los muertos de hambre” que esperan detrás de la puerta para sentarse en tu silla, por un sueldo más bajo. Este artículo no habla de política sino de autoestima.

La autoestima es nuestro bien más preciado. Debemos protegerla, y no dejarnos vencer ni por el paro, ni por tener una pareja manipuladora, ni porque se nos hunde un negocio, ni porque nuestro jefe se empeñe en humillarnos; tenemos que aferrarnos a ella con uñas y dientes.

Una gran amiga, fuerte y segura, llegó a ser un juguete roto porque su jefe se propuso acabar con ella. Le decía, entre otras muchas barbaridades, que debía hacerle la pelota a una chica -subordinada de mi amiga- que a este hombre le “hacía gracia” o “le ponía”. Mi amiga en lugar de denunciar o de mandarlo donde estáis pensando, aguantó y aguantó por no perder el empleo, hasta que la humillación la llevó a ser una piltrafa sin autoestima. Entonces ya no podía trabajar, pero tampoco podía buscar otro trabajo, solo podía llorar y tomar antidepresivos.

Tuve un ex que cada vez que me regalaba algo me insultaba de manera sutil: “Te regalo esta chaqueta porque esa (azul o gris, etc.) que llevas todos los días te queda fatal”. Ese comentario, aparentemente inocente, forma parte del repertorio de una persona manipuladora que poco a poco – “tacita a tacita” – te va minando la autoestima. Llega un momento en que tú te sientes fea, ignorante, torpe… inferior a él-ella.

Muchas personas – sobre todo hombres, porque culturalmente han aprendido que su valía tiene que ver con el trabajo – al no tener que levantarse para ir a trabajar, no se levantan de la cama; se sienten terriblemente mal y no se conceden la posibilidad de seguir viviendo con alegría si no son lo que ellos entienden como “útil”. Y cuando la pérdida de autoestima no te permite buscar soluciones, las soluciones van estando cada vez más lejos. En lugar de pensar con claridad, cada vez estás más mediatizado por tu estado anímico y ya no ves las posibles salidas.

Hay tantas formas – sutiles o directas – de hacer que alguien se sienta inseguro… Las relaciones de pareja dan lugar a las peores perversiones (en el mal sentido de la palabra) hay quien disfruta provocando celos e inseguridad, algunos cuentan con pelos y señales relaciones anteriores y sienten un extraño placer viendo cono la otra persona siente celos… hasta que se pasan, y entonces el otro, aplastada su autoestima, se convierte en un inseguro, celoso, e insoportable.

Hay que valorar si merece la pena conservar determinados empleos (sí, ya sé que esto os parece una barbaridad), ciertas parejas e incluso la relación con algunos familiares cercanos que se permiten criticarte sin tener en cuenta la posible repercusión. Si permitimos que acaben con nuestra autoestima ya no tendremos capacidad para saber qué debemos hacer, incluso pensaremos que la culpa es nuestra porque no somos valiosos.

Y si las circunstancias nos son muy desfavorables siempre es mejor salir a la calle a (simbólica y metafóricamente) quemar contenedores que quedarnos en la cama pensando que valemos poco. Si el ministro Wert no ha perdido la autoestima ¿Por qué la vamos a perder nosotros?



La soledad era esto

Cuando leí “La soledad era esto” (Juan José Millás), hace muchos años, pensé que era, es, un magnífico tratado sobre la soledad. Por si no la conocéis, o no os acordáis, cuenta la historia de una mujer que está casada, tiene una hija, ya mayor, y vive una vida solitaria y falta de sentido. Hasta que, un día, contrata a un detective para que la siga (naturalmente el detective no sabe que es ella misma quien lo contrata) y le vaya haciendo un informe, diario, de todas sus actividades. A partir de ahí su vida va teniendo un nuevo sentido.  Hay alguien que la mira, que la sigue, que sabe lo que hace.


Para muchas personas la soledad consiste en no tener a otra persona en casa, pero la soledad puede sentirse tanto estando solos como acompañados. Esto es algo muy obvio, que la mayoría ya sabemos. Como sabemos que es estupendo aprender a estar solos, sentirnos bien en compañía de nosotros mismos y estar con los demás cuando nos apetezca.

Pero –como ocurre en la novela de Millás– nuestra vida tiene sentido cuando la miran otras personas. Somos quienes somos porque otros nos conocen, porque saben lo que hacemos. Precisamente, nuestra identidad depende de eso, son los otros los que nos devuelven nuestra imagen, como un espejo. De hecho, cuando alguien quiere cambiar de vida de forma radical, lo que hace es marcharse a un lugar donde nadie le conozca, porque es mucho más fácil cambiar cuando los que te rodean no saben cómo eres.

Creo que las redes sociales desempeñan, en muchos casos, el papel del detective de la novela de Millás, en las redes tenemos asegurada la mirada de los otros. Ya no tenemos que buscar a alguien para encasquetarle nuestra foto de las vacaciones: la colocamos en facebook. En el momento en que tenemos un pensamiento, que nos parece interesante, lo tuiteamos. Cuando los demás nos comentan, nos contestan, nos ponen un “me gusta”, sentimos que están ahí, que nos han mirado. Y además no es una persona ni dos, sino muchas. Evidentemente esto no suple otros afectos más directos, más carnales…  pero, lejos de demonizar las redes sociales, reivindico su papel “ terapéutico”,  el papel del detective de “La soledad era esto”.


Para salir adelante a pesar del gobierno.

Cuando alguien lleva muchos años en el paro, y no encuentra nada, se produce un efecto conocido como “indefensión aprendida”. Es importante conocerlo para intentar combatirlo. (También ocurre con respecto a la política…)

Aunque os parezca un término muy técnico os animo a conocerlo porque es muy útil. Se estudia un experimento con perros: dos grupos de perros a los que se administra algún tipo de corriente eléctrica (esto no es la naranja mecánica, seguir leyendo por favor); uno de los grupos (A) puede escapar de las corrientes accionando algún mecanismo (dándole a un botón); el otro grupo (B) no puede escapar, haga lo que haga. En una segunda parte del experimento se constata que el grupo de perros B tiene serias dificultades para aprender a escapar en una situación, en la que sí puede hacerlo, pulsando una palanca. Sufre indefensión aprendida: una actitud de pasividad por la sensación profunda de que su comportamiento no sirve para nada.

Y vosotros diréis… ¿Qué me estás contando? Historia de perritos… pues no, con los humanos ocurre lo mismo. Hay un video estupendo en youtube que describe la indefensión aprendida.Una profesora consigue en 5 minutos que sus alumnos la sientan http://www.youtube.com/watch?v=OtB6RTJVqPM Por si no tenéis paciencia o no podéis verlo, os resumo: le da a sus alumnos 3 grupos de letras que tienen que ordenar para formar 3 palabras, algo muy sencillo. Los alumnos creen que todos tienen las mismas  palabras, pero no: un grupo tiene las 2 primeras palabras fáciles y el otro las tiene imposibles. Cuando terminan de formar una palabra levantan la mano. (los del grupo que no acierta mira a los otros y se va sintiendo inseguro) La tercera palabra es la misma para todos, todos pueden resolverla fácilmente. Los que han acertado las 2 primeras, terminan rápido y bien. Los que no pudieron acertar las 2 primeras (porque eran imposibles) no aciertan rápido la tercera (algunos ni lo logran): en 5 minutos la profesora ha conseguido crearles inseguridad, ha conseguido indefensión aprendida.

Traslademos esto a la persona que lleva años buscando trabajo, entregando el currículum una y otra vez… llega un momento en que está convencida de que haga lo que haga no va a dar resultado, por lo cual, ya no hace nada, padece indefensión aprendida. Ha aprendido a no hacer nada. No hacer nada significa rendirse y, a partir de ese momento, es imposible que las cosas mejoren.

¿Qué hay que hacer? “Resetear”. Intentar borrar de nuestro disco duro los fracasos y partir de cero. ¿Difícil? Imprescindible.
Buscar nuevas estrategias, plantearnos qué es lo que podemos cambiar y pensar que seguimos teniendo posibilidades. Si la indefensión aprendida nos lleva a la inactividad estamos perdidos.

Por supuesto, también debemos pensar que podemos cambiar la política, tampoco en esto debemos caer en la indefensión aprendida, tampoco podemos tirar la toalla, pero eso lo dejamos para otro día (lo de hablarlo digo…).

Si conseguimos salir adelante será a pesar del gobierno, de los mercados, del capitalismo salvaje… la medalla nos la apuntamos nosotros, eso que quede claro.


Feminismo doméstico: de conciliación y custodia compartida.

Desde el convencimiento de que soy una feminista 
consecuente, y hasta recalcitrante, me permito este humilde post en el que, en lugar de bronquear a los hombres por no facilitarnos la igualdad, me dirijo a nosotras.

Empecemos con la tan traída y llevada conciliación familiar que tanto nos estresa, condiciona  y  contribuye a que tengamos profesionalmente el techo de cristal.  Aunque algunos digan que esto suena a rancio (suelen ser los que nunca se han dado por aludidos), todas (o casi) las compañeras de trabajo que he tenido -por no hablar de mi misma- se han quejado siempre de tener que llevar sobre sus hombros el peso de la organización familiar. Todas (o casi) coordinan compra, colegios, cocina, médicos, pediatras, fiestas familiares, limpieza etc. etc. Y tienen, como mínimo, la última responsabilidad.

En el mejor de los casos, se comparten tareas, pero no se cede el control. Y, digo bien, no se cede. Ciertamente nadie se pelea por tener el “honor” de tener que acordarse del calendario de vacunas, la fiesta infantil de disfraces, la compra de yogures, la ropa tendida… así que, si nosotras lo asumimos, pues, ¡ Ala !, nos lo quedamos para siempre. Y, lo peor, es que estemos convencidas de que, sin nuestro ímprobo esfuerzo, la familia sería un caos.

No creo que nadie dude de que los hombres también puedan hacer lo mismo. Cada uno a su manera, claro, no a la nuestra; en muchos casos poniendo menos interés que nosotras… puede ser, pero tampoco pasa nada; ellos no suelen obsesionarse por la limpieza o el orden, bueno… ¿y qué? no ponen multas por dejar la cocina sin recoger o la cama deshecha; y si el disfraz del niño es más cutre, ¿qué más da? Seguro que, si algo es importante, no lo olvidarán. He oído muchas veces a compañeras dando instrucciones precisas e incuestionables, sin dejar la posibilidad de que sus parejas hagan “a su manera” lo que seguro pueden y deben hacer. (repito que aquí no voy a hablar de la actitud de ellos, que es otra cuestión).

Cuando nos divorciamos, comprobamos que nuestros hijos siguen vivos… en manos de sus padres. Y esto me lleva a otro tema tal vez más polémico y, sin duda, más importante para todos. Me decía el otro día un amigo: “ahora los conservadores están a favor de la custodia compartida y los progresistas no…” él lo decía incrédulo y yo, sinceramente, tampoco lo entiendo.

El único motivo por el que puedo pensar que no se le debe dar la custodia compartida a algunos padres – hombres – es porque no se la merecen: no se han ocupado de sus hijos mientras vivían en pareja, mientras los niños eran pequeños. Eso es cierto, hay muchos casos así, probablemente la mayoría, pero aún así, aunque NO SE LO MEREZCAN creo que es mejor para todos compartir:

Para los hijosporque no pierden a ninguno de los dos y porque en su esquema mental no quedará que la madre es alguien que cuida y el padre alguien que paga; sino que ambos cuidan y pagan, y así tal vez evolucionemos, por fin, hacia una sociedad igualitaria.

-Es mejor para nosotras que tendremos tiempo para desarrollar otras facetas, además de la maternal: la profesional con menos estrés, nuestras aficiones e, incluso, tendremos tiempo para los amigos y los amores. Además, nuestros hijos nos verán como personas completas.

-Y será mejor para los padres, que desarrollarán esas facetas de cuidado que, por supuesto, son capaces de hacer y que los convierten en seres humanos más completos y mejores. Tendrán la ocasión de comprobar cómo cuesta compatibilizar el trabajo y la familia y eso puede influir, incluso, en la mejora de los horarios laborales y en el aprovechamiento real del tiempo que pasamos todos -ellos y nosotras- en los lugares de trabajo.

Me he pensado mucho escribir estas consideraciones sobre custodia compartida porque la idea de estar de acuerdo con Gallardón me pone los pelos de punta, pero, seguramente, él no se ha dado cuenta de que la medida es progresista. Eso sí, no creo que deba imponerse. Habrá que convencer. Siempre es mejor.

Los malos no son más listos, solo son malos

Hace unos días, Álex de la Iglesia decía en una entrevista «Prefiero ser malo que tonto». No sé por qué hay tanta gente que asocia ser bueno con ser tonto y ser malo con ser listo. Yo no quiero a ningún malo cerca. Por eso quiero hablar de malos, o lo que es lo mismo, de falta de ética.

En los últimos tiempos se ha hablado mucho de falta de ética. Y no es para menos a tenor de los escándalos que diariamente conocemos. Yo no voy a hablar de políticos, eso ya lo hace la prensa, sino de todos los demás. Y de qué formas de deshonestidad me repugnan más, o menos.

El trabajo es uno de los lugares donde se ve más claramente la ética del personal. Las posibilidades de ser deshonesto dependen de la posición de cada uno, pero cada cual tiene sus oportunidades. Por supuesto, no todos tenemos el listón en el mismo sitio. Podemos discutir si el peloteo es ético o no, pero casi todos estamos de acuerdo en que traicionar a un compañero, subir pisando a los demás, favorecer injustamente a alguien en detrimento de otro… son canalladas. 

La mayoría, cuando se comporta de forma poco ética, y se hace muy evidente, siente la necesidad de justificarse. Los más desahogados se conforman con un “Si todo el mundo lo hace…” Con eso no justifican nada, pero… al menos no se creen santos. Prefiero a estos primeros.

Un tema recurrente son los hijos, esta escusa sirve para justificar grandes dosis de deshonestidad, me parece una escusa repugnante. Ser padre o madre no te puede hacer peor. ¿Porque soy madre/padre y tengo que dar de comer a mis hijos no he tenido más remedio que traicionar a un compañero? Pues sí, esa horrible justificación la he oído con frecuencia. Lejos de parecerme legítimo siempre he tenido la tentación de decirle a esa persona – y tal vez alguna vez lo he hecho porque soy una bocazas – que los demás no tenemos la culpa de que haya tenido hijos, que no es obligatorio y que algunas personas no deberían tenerlos. 

La familia, la hipoteca, cualquier escusa vale, vale, como mínimo, para mirar para a otro lado cuando vemos una injusticia flagrante… ¿Es eso deshonesto? Pues claro, claro que sí. Probablemente todos lo hemos hecho alguna vez, algunos sintiéndonos como gusanos miserables, otros ni eso.

Tener que mandar -sobre todo cuando tienes poco poder, que es casi siempre- suele colocarte ante una mayor cantidad de situaciones en las que tu ética se pone a prueba. Hay muchas ocasiones en que te dan “consejos”, como que favorezcas a “este”, que no se lo merece, pero que le hace gracia a alguien que manda mucho más que tu; te “sugieren” que te deshagas de “uno” que, te parece un magnífico currante, pero que tiene que dejar hueco libre…
 Hay infinitas posibilidades que todos conocéis seguro. Es un mal trago que muchos superan porque saben que de lo contrario volverán al pelotón o incluso a la calle. “La vida es dura” piensan, ya, en estos casos, los que me parecen más cretinos son los que van de puros y no pueden ni quieren admitir que están favoreciendo la inmundicia. Prefiero a los cínicos. Detesto a los que esconden la cabeza debajo del ala. Los he conocido que se hacen los tontos de una manera espectacular. Hacen como que no se enteran, aunque estén nadando dentro del barrizal. Personas con “principios” que se ponen muy nerviosas si les cuentas una injusticia, he conocido alguna que incluso te pide que no le cuentes nada, como cuando vas al médico y le pides que no te cuente la verdad si es grave (algunos hacemos eso, pero es otro tema).

Con la puta crisis, ya es el remate, algunos tienen «licencia para matar». Con lo difícil que es conseguir un trabajo, no podemos permitirnos el lujo de andarnos con chorraditas morales. ¡Sálvese quien pueda!
Ni vemos, ni oímos, ni hablamos. Si vemos que se cometen tropelías a nuestro lado nos damos la vuelta, cruzando los dedos para no ser nosotros la próxima víctima.

En el mundo de los “eventuales” se cometen las mayores barbaridades, todos las hemos visto, hemos convivido con ellas, o nos las han contado: las sabemos. Barbaridades que en estos momentos se acrecientan. La maldita crisis hace que los malos malísimos – me refiero a algunos empresarios – estén disfrutando de lo lindo y estén cometiendo más atropellos que nunca. Pero la crisis nos hace aún más cobardes. Más cobardes y más injustos… No todos, claro, no todos.

También hay maldad en otros ámbitos, claro, con la familia, con la pareja… otro día les daremos un repasito.

Pero no nos equivoquemos, el malo no es el “malote” (como dicen ahora los chavales) más o menos divertido e interesante. Es el que engaña, manipula, trepa, el egoísta, el insensible ante el sufrimiento del otro aunque sea el causante. Y, os aconsejo por vuestra propia salud mental, que no os creáis que son más listos: solo son malos.


No me hagas sentir culpable

Todos conocemos a personas que pretenden siempre hacerte sentir culpable, culpable de todo lo negativo que te pasa. Les cuentes lo que les cuentes siempre te hacen sentir que tú tienes toda la responsabilidad. Te duele algo… porque no te cuidas. No tienes trabajo… porque no te esfuerzas en buscarlo. Tu hijo tiene problemas… porque tú no has sabido educarlo.

Lejos de mi intención que penséis que no podemos guiar nuestra vida, claro que podemos y debemos hacerlo. Pero sin culpa. No todo lo que nos ocurre tiene una única causa y, a veces, querer no es poder.

Vayamos al ejemplo del hijo con problemas. Ese es uno de los casos en que, masivamente, se culpabiliza a los padres. Por supuesto que estos tienen una gran responsabilidad y que de ellos depende, en parte, el comportamiento de sus hijos; pero intervienen otras muchas variables.

En el caso de los hijos únicos es cuando hay más ensañamiento y más culpa. Si el hijo no “funciona” bien, es que los padres se han equivocado. Cuando hay más de un hijo, se constata que, con el mismo trato y la misma educación, cada hijo se comporta de forma diferente. Eso hace que los padres se culpabilicen menos, “si los hemos educado a todos igual…”dicen; aunque siempre hay algún “listo” que opinará: “pero por ser el pequeño…”o  por ser el mayor…” o ”por ser el varón…”. Y es que cada hijo parte de una genética distinta; y, desde que nace, resulta que es tranquilo o intranquilo, ágil o sedentario, distraído o atento… y su forma de ser condiciona su forma de relacionarse, y su forma de relacionarse condiciona su biología y así se produce lo que podríamos llamar un círculo vicioso…  son tantas y tantas las variables que no podemos reducirlas a un: “se lo han permitido todo” que tan fácilmente oímos.

Otra incomprensión que se padece, con frecuencia, es la incapacidad de muchas personas para entender las limitaciones de otras. Esas que te dicen… “pero ¿por qué no llamas?”, “¿Por qué no vas? “.  Y ocurre que, lo que para unos es muy fácil, a otros se les hace un mundo. Hay quien disfruta relacionándose para conseguir hacer negocios, para darse a conocer e incluso para tener vida social; mientras que para otros eso se convierte en un reto que les crea una profunda ansiedad.

La mayoría de las personas no son conscientes de lo diferentes que somos unos seres humanos de otros; y eso sin entrar en diferencias culturales, religiosas, raciales etc.

Me parece bien que todo el mundo opine sobre el comportamiento humano, al fin y al cabo todos tenemos experiencia,  pero la mayor parte de las veces se llega a conclusiones muy reduccionistas: todo es cuestión de voluntad. Y si no lo consigues es tu culpa.

Llevo toda la vida trabajando en televisión y estoy acostumbrada a que ocurra lo mismo, como todo el mundo ve la televisión, todo el mundo opina sobre ella. A nadie se le ocurre opinar sobre el funcionamiento de una planta termosolar, por ejemplo.

El caso es que, volviendo al comportamiento, a veces hay que cambiar conductas que se resisten mucho, pensamientos que están muy arraigados, sentimientos que no controlamos.

Y, por todo lo que os acabo de decir, en ocasiones, es necesario pedir ayuda: a los amigos, a la familia y, a veces, a los profesionales. No he escrito esto solo para decir que a veces hay que acudir a terapia, pero también. (en el próximo artículo prometo no hablar de terapia)



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