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Coronavirus: malos tiempos para obsesivos e hipocondríacos

Es normal que tengamos miedo, que la incertidumbre nos ponga nerviosos. Nunca hemos vivido nada igual. Todas las precauciones son pocas. Hay que ser muy prudentes. Dicho esto, si nos obsesionamos lo vamos a pasar muy mal.

Estos son algunos comportamientos obsesivos en tiempos del coronavirus:

  • Repasar lo que has hecho cuando ya no puedes hacer nada para cambiarlo:

«¿Tocaría ayer la pared del ascensor?» «¿Me habré tocado la cara?»

Hay personas que repasan lo que pudieron tocar el día anterior u otro día, cuando eso ya no se puede cambiar. Repasar una y otra vez lo que has hecho no tiene sentido. Protegerte para lo que vas a hacer sí que lo tiene.

NO trates de recordar exactamente si hiciste algo que puede infectarte, ya no tiene remedio, y esto es una cuestión de probabilidades, se trata de arriesgarse lo menos posible. El riesgo cero no existe. Igual que cuando conduces, intentas ser prudente, pero sabes que algún riesgo corres siempre.

  • Chequearse continuamente:

Si estás pendiente de tu cuerpo todo el día, seguro que empezarás a notar síntomas. Puedes notar que no respiras bien o que te duele la cabeza, es muy fácil empezar a notar que te sientes mal, solo por tu miedo.

Cuando uno está realmente mal, no tiene duda. Cuando tengas fiebre lo notarás y, entonces, será el momento de ponerte el termómetro, no antes. Aún en el caso de que tuvieras el virus, si no te encuentras mal no deberías preocuparte, así que deja de estar todo el día buscando síntomas.

  • Buscar información compulsivamente.

Es necesario estar informado, pero no pasar todo el día buscando cifras de enfermos y fallecidos. Se puede convertir en un comportamiento obsesivo. Hay que limitar el tiempo que dedicas a la información relativa a la pandemia. 

Te puede servir para disminuir la obsesión:

  • Tener nuestro propio protocolo; sistematizar en lo posible las medidas de protección: 

Si vamos a usar guantes, lo haremos siempre para lo mismo y sabremos cuándo y dónde tirarlos. Lo mismo con mascarillas, geles etc.

Tendremos decidido qué hacemos con zapatos, ropa etc.

Haremos siempre lo mismo con la compra, etc. etc.

  • No estar todo el día pensando en el coronavirus.

Me diréis que no podéis evitarlo, pero uno debe intentar no pensar en aquello que le hace daño. Si nunca hemos hecho meditación, este es el momento de empezar. En internet podremos aprender. Se trata de controlar nuestros pensamientos. Y, por supuesto, concentrarnos en otras distracciones: películas, series, libros, juegos etc. etc.

Y SABED QUE EL SER HUMANO SE ACOSTUMBRA A TODO, INCLUSO A LO MÁS DESAGRADABLE. CUIDEMOS NUESTRA SALUD MENTAL TODO LO POSIBLE.

TOC, el error de creerte lo que piensas.

Todos debemos dudar de lo que pensamos. Nuestro cerebro es un contenedor de preocupaciones, miedos, supersticiones, etc. Ser capaz de no dejarse llevar por lo primero que nos viene a la cabeza es fundamental para ser libres y felices.

La idea de «Si lo pienso algo de verdad tendrá» es una muy mala idea, a la que han contribuido algunas teorías psicológicas que no han tenido en cuenta el funcionamiento de nuestro cerebro desde un punto de vista científico.

En el caso de las personas con TOC, este error de creerse todo lo que piensan es llevado al extremo. Da igual el tipo de obsesión que tengan, siempre le conceden al pensamiento una absurda verosimilitud.

Estos ejemplos son de obsesiones muy diferentes, pero todas tienen en común que el que lo sufre se lo cree, cuando, claramente, no debería hacerlo:
·         «Si pienso que podría tirarme por la ventana es que… seguramente me tiraré».
·        «Si pienso en que podría ser homosexual… seguramente lo soy».
·         «Si mi cabeza me pregunta cuál es la distancia entre mis pies… tengo que calcularlo, si no lo calculo me sentiré mal porque mi cabeza me lo está pidiendo».
·        «Este pomo puede tener bacterias dañinas… tengo que lavarme o lo pasaré mal».

Ocurre con todo tipo de obsesión, el paciente con TOC se cree siempre a su mente. Es especialmente doloroso cuando la obsesión es del tipo que también se conoce como «fobia de impulso» y la obsesión es «hacer daño a un hijo pequeño» o «suicidarse». En estos casos, es muy evidente que la persona teme hacer lo último que haría.

       Ideas fundamentales para personas con TOC

·         Pensar algo no tiene nada que ver con hacerlo.
·         Cuanto menos quieras pensarlo, más lo pensarás.
·         Obedecer a tu mente enferma te lleva a enfermar más.
·         Darle vueltas y tratar de entenderlo empeora las cosas.
·         Dialogar con tus ideas obsesivas es darles verosimilitud.
·         No te sientas culpable por tus pensamientos, son involuntarios.
·         Acepta que es un trastorno de tu mente.
·         No te desesperes porque los que están a tu alrededor no lo entiendan.
·         Confía en los profesionales que intentarán tranquilizarte.

Aprender a «perder el tiempo».

Hoy he asistido a una escena cotidiana en una gran superficie. Hay varias colas largas para pagar, se abre otra caja y todos corren a ponerse en ella, alguno incluso “colándose” alegando que solo lleva un producto. Ante tal ansiedad por terminar pronto, siempre me pregunto qué tendrán que hacer a continuación, ¿siempre tienen prisa? ¿siempre les aguarda alguna tarea imprescindible o interesante? No lo creo.

La idea de estar perdiendo el tiempo, por culpa de los demás, se nos antoja como algo muy molesto, como si nos estuvieran “robando la vida”.


Todos hemos tenido un amigo, pareja, etc. -creo que se da más en los hombres este caso, aunque no exclusivamente- que al tener que esperar en un restaurante se pone de muy mal humor. No me refiero a un día de diario que hay que volver al trabajo y puede estar justificado, sino un día de fiesta con toda la tarde libre por delante.

Qué decir de los atascos. Sin llegar a ese extremo, hay personas que se ponen muy nerviosas, simplemente, porque el coche de delante va despacio, por ejemplo, buscando a aparcamiento; pueden adelantarlo airados, y gritando reproches.

La vida digital no se escapa, claro. Algunos incluso la culpan, yo no lo creo, de nuestra impaciencia. Creo que la conciencia de “lo injusto que es que nos hagan perder el tiempo” es anterior a la llegada de internet.
Pero lo cierto es que el tiempo que tarda una web en abrirse puede ser algo que a muchas personas cree ansiedad, no soportamos esos segundos de “pérdida de tiempo”. Somos capaces de pagar mucho más por una conexión que nos devuelva ese tiempo tan «valioso».

Creo que la vida hay que aprovecharla. Buscar todo aquello que nos pueda parecer interesante. Pero no creo que esa búsqueda esté reñida con un poco de paciencia. El tiempo de la espera puede ser un tiempo para relajarnos y no para tensarnos. Todo depende de nuestra decisión.

Personas muy aventureras, que dan la vuelta al mundo y aprovechan la vida, no se ponen nerviosas si tienen que esperar, por ejemplo, en un aeropuerto; la espera forma parte de la vida, de la aventura, pueden integrarla.
En cambio, muchos que solo se atreven a una vida rutinaria, se impacientan y sufren por perder 5 minutos en una cola. ¿Qué les espera en su casa que justifique tanto malestar?

Afrontar la injusticia.

La sensación de sentirse injustamente tratado es una de las circunstancias que más sufrimiento genera a las personas. Y la que más ira provoca.

Las situaciones de injusticia, son tan variadas que es imposible resumirlas. Van desde detalles pequeños e íntimos a situaciones sociales y universales.
“Me siento injustamente tratado por mi madre porque no reconoce mi esfuerzo, en cambio, a mi hermana la halaga continuamente”.
“Me parece injusto tener que aguantar a un jefe manipulador y mentiroso, que ocupa ese puesto por trepa y enchufado y encima me critica”.
“Me siento víctima de la injusticia social porque he nacido en una familia pobre y tuve que trabajar desde muy joven mientras los demás se divertían”.

¿Siempre que me siento injustamente tratado tengo razón? NO
No siempre tengo razón, a veces, soy demasiado susceptible o tengo una visión sesgada del tema, pero, otras veces, sí tengo razón. Porque convivimos continuamente con la injusticia.

¿Qué es la injusticia? Se define como la falta de justicia.
Si entendemos que la justicia es la búsqueda del bien común y del bienestar conjunto, la injusticia será entonces el beneficio de algunos en pos del perjuicio a otros.


¿Cómo podemos actuar respeto a la injusticia para no sucumbir, no sufrir en exceso, no sentir una ira insoportable?

1)  Tratar de entender por qué otros son injustos. Eso no significa que los disculpemos, pero nos ayudará a rebajar la intensidad de nuestro malestar. Por ejemplo:
 “Mi madre es injusta cuando me dice que no me esfuerzo, pero es injusta por ignorancia”.
“Mi jefe es injusto cuando me ningunea porque teme que le quite el puesto, es injusto por cobarde y egoísta”.

2) Si somos honestos, reconoceremos que alguna vez nosotros también somos injustos con los demás.

3) Si podemos hacer algo para mejorar una situación de injusticia lo haremos, pero siempre intentando ser inteligentes y no dejando que la ira nos ofusque.

4) Si optamos por ser personas justas hagámoslo con todas sus consecuencias. No esperemos que los demás sigan nuestro ejemplo, porque probablemente no lo harán. Ser congruente con nuestros valores es una opción valiente, pero hay que ser fuerte para mantenerse. Esta opción tiene que ver con el concepto del honor y se aprende en la familia, en el entorno social. Hay sociedades, como la japonesa, donde ese concepto es extremo y, al parecer, hay personas que prefieren morir a perder el honor, a no poder mantener su palabra. Nosotros vivimos en una sociedad “más relajada, más laxa”; esto tiene ventajas e inconvenientes, entre los inconvenientes… somos injustos con más facilidad.

Decir «NO PUEDO» es cerrarte puertas.

La forma en que nos hablamos a nosotros mismos es determinante. Pensamos con palabras; y con esas palabras condicionamos nuestras emociones y nuestra conducta.

Cuando alguien me dice: “No he podido…”, incluso añade “qué más quisiera pero… no he podido”; yo suelo pedirle que lo cambie por… “Me costaba mucho y no he querido hacerlo”. Se resisten a aceptarlo, entonces les pregunto si lo hubieran hecho si, por ejemplo, la vida de alguien muy querido hubiera estado en peligro. Entones dicen: “Hombre… sí, claro…” Para completar la explicación digo: “Si te pidiera que volaras para salvar la vida de alguien, entonces no podrías, seguro que no, o sea que poder o no poder es otra cosa”.

Generalmente, se trata de aguantar la ansiedad, de enfrentarse a los miedos, de hacer algo que cuesta… y uno dice: “no puedo” y con eso cierra todas las puertas.

Las personas que deciden no hacer aquello que les cuesta mucho, creen que todos los demás vamos por la vida como flotando, con una gran ligereza y todo nos sale… “de natural”. Creen que aprendemos a conducir sin esfuerzo, acudimos a entrevistas de trabajo sin nervios, nos relacionamos con nuestros jefes siempre con alegría…  En fin… no tienen ni idea.

Enfrentarte a la ansiedad – que cada uno sufre a su manera –  es lo que te permite dejar de fumar. Es lo que te permite dejar una relación que sabes que te hace daño. Es lo que te permite acudir a entrevistas de trabajo, hacer exámenes, emprender negocios, o bien enfrentarte a la fobia a conducir o a viajar en avión o…

Es verdad que las personas que sienten grandes dosis de ansiedad lo tienen más difícil, pero el hecho de no enfrentarse a ella hace que ésta cada vez dé más miedo, y ese miedo hace que la ansiedad crezca. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola.

En algunos casos es necesaria una terapia que te ayude a enfrentarte a la ansiedad. A entenderla y a entender lo que estoy diciendo.  Pero, si quieres intentarlo por ti mismo recuerda…

Cuando decides que NO QUIERES enfrentarte, al menos, no te engañes: di “NO QUIERO. Porque prefiero no sufrir. Así que abandono”. Pero poder… sí puedes.

Su peor pesadilla era la posibilidad de tropezarse el día de su graduación.


Llevaba varios meses pensando en su ceremonia de de graduación. Era una universitaria a punto de acabar su carrera, veintitantos años, de padres universitarios, con buen nivel de vida. Su peor pesadilla era la posibilidad de tropezarse al subir al escenario. No tenía que hablar, no tenía que hacer nada; solo subir, le ponían una banda y bajaba; además, como eran muchos, subían varios a la vez.


Traté de hacerle ver que aquella ceremonia no tenía ninguna importancia, que era solo una fiesta y que, además, era algo voluntario, su carrera no dependía de eso. Me dijo que para su madre era importante. Y pensaba que ella se podía desmayar de miedo, la gente le daba miedo, incluso la opinión de su familia le daba miedo.
 
Aunque este caso pueda parecer extremo, en las consultas vemos muchos así; personas para las que hacer el ridículo es algo grave, que les produce un profundo sufrimiento.

Evidentemente este comportamiento empieza en la infancia, tiene que ver con las relaciones escolares pero, sobre todo, con la visión que los adultos, padres y profesores, trasmiten a los niños.
 
Ahora que estamos tan preocupados por el acoso escolar, tal vez consigamos que ningún niño se meta con otro, pero, no podremos conseguir por miedo a la policía – que según parece es la táctica- que todos los niños sean amigos de todos. El niño-a que esté aislado seguirá aislado. 

Me parecería mucho más interesante enseñar a los niños a perder el sentido del ridículo, a hablar en público, a no tener miedo a la opinión de los demás, incluso a encajar las bromas. Con esto no quiero decir que no haya alguna conducta peligrosa que haya que parar, pero, creo que debemos enseñar a los niños a ser fuertes, además de a ser buenos, que también.

 
La pobre chica del relato no ha tenido unos padres que le enseñasen a tomarse la vida con sentido del humor; por el contrario, la animaban a ser “normal, como los demás”, la criticaban por ser “rara” y querían que fuera la más elegante de su ceremonia de graduación. La pobre, fue a esa fiesta como si fuera al patíbulo. 

No te compadezcas de ti mism@.

La vida nos ofrece, siempre, momentos dolorosos. Además de los más dramáticos que suelen ser los fallecimientos de personas muy cercanas; podemos pasar por… el abandono de nuestra pareja, de nuestros hijos; vivimos traiciones de hermanos, de amigos, de cónyuges; nos sentimos injustamente tratados por compañeros, familiares, padres, hijos… Pasamos por enfermedades, nuestras o de los que nos rodean. Vivimos momentos de ruina, de carencias… hay tantas posibilidades de sufrir que no acabaríamos nunca de relatarlas.

El sufrimiento forma parte de la vida, sí, pero si queremos sobrevivir a él y seguir viviendo, tenemos que aprender a no compadecernos de nosotros mismos. Si nos damos lástima estamos perdidos.

Compadecerte es buscar argumentos para sentirte mal. Darte la razón para sufrir.

Me diréis que esos pensamientos que te recuerdan y alimentan tu dolor, aparecen sin que te los propongas… sí, así es. Pero te aconsejo que “los mantengas a raya”.

No caigas en la tentación de darte razones para sufrir. He visto pacientes que llevaban muchos años sufriendo para demostrar  -de forma no muy consciente- que su familia se había portado mal con ellos. Dejar de pensar en lo que les hace daño es para estas personas como perdonar, y como no quieren perdonar, tienen que seguir sintiéndose mal.

Aunque tengas razones para sentirte mal, puedes elegir sentirte menos mal, incluso sentirte bien.

Técnicamente se utiliza la palabra “resiliencia” para designar la capacidad de los individuos, y también, los grupos, para superar las etapas de dolor. Nuestra actitud respecto al dolor es fundamental para tener resiliencia. Insisto: no te compadezcas de ti mism@.

¿Cuándo van a poder salir del armario los enfermos mentales?

Que los trastornos mentales son enfermedades es una obviedad; no creo que nadie lo dude hoy en día. ¿Por qué, entonces, la persona que los sufre se siente culpable?

Hace unos días me decía una paciente que temía no estar a la altura en una tarea que se había propuesto. Temía que los demás se dieran cuenta de que no daba la talla. La paciente padece un trastorno bipolar; se medica, acude a terapia y hace todo cuanto está en su mano para intentar mejorar, pero tiene épocas muy malas – debidas a su biología – y esta era una de ellas. Yo le pregunte: “Si tuvieras cáncer, te dieran quimioterapia y te sintieras débil ¿También te preocuparía lo que los demás pensaran de ti?” Me dijo que no.

Como este caso podría contar cientos; los enfermos se sienten culpables, se sienten incomprendidos. Y es que hay una resistencia social a entender que un enfermo mental no puede acabar con su enfermedad solo por tener voluntad de hacerlo, incluso, en algunos casos, no podrá acabar nunca con su enfermedad.
Hay patologías muy graves y otras que, aunque menos graves, también limitan mucho la capacidad de disfrutar, de actuar, de ser autónomo, de ser libre.

Al igual que ocurre con el resto de enfermedades, el paciente puede poner de su parte o no. Si se esfuerza, seguramente conseguirá vivir mejor. Pero hay muchos trastornos en los que, parte del trabajo terapéutico, consiste en ayudar a aceptar la enfermedad, enseñar a convivir con las limitaciones.


El porcentaje de personas con trastornos mentales es muy alto; según las estadísticas entre un 15 y un 20% de la población desarrollará alguno a lo lardo de su vida. ¿Cuándo van a poder salir estas personas del armario? 

¿Por qué boicoteo mis parejas?

Uno de los problemas con los que nos encontramos los terapeutas,  con frecuencia, es el de personas que quieren tener pareja pero, cada vez que lo intentan, son ellos mismos los que la boicotean al cavo de poco tiempo. Ya he hablado, en otras ocasiones, de los adictos al amor, aquellos que empiezan una y otra vez relaciones pasionales. Pero no es este problema el que quiero abordar ahora.

El concepto de familia se aprende en la propia familia y eso es algo que marca de forma muy poderosa. Haber tenido una familia disfuncional es algo que nos hace tener un rechazo muy fuerte de la familia. Unos padres que se llevaban muy mal; unos padres que no supieron ocuparse de sus hijos; esto se instala en nuestro aprendizaje más profundo.

Cuando los hijos crecen y deciden recorrer su propio camino, lo habitual es que se abran a las relaciones amorosas. Cuando establecen una relación, empiezan los miedos, miedos más o menos conscientes, miedo a la traición, miedo al sufrimiento, miedo a que no los quieran; en definitiva, miedo a reproducir una familia como la que han conocido.  En muchos casos reaccionan con unos celosenfermizos, con un deseo desmedido de control. En otros, sencillamente le buscan defectos a la pareja; empiezan a temer por el futuro.  Llega un momento en que la situación se hace insostenible y la pareja se rompe. Cuando esto se repite, comienzan a pensar que “no sirven” para vivir en pareja.

Este rechazo a la familia se manifiesta también en el no deseo de tener hijos, se hace más evidente en el caso de las mujeres ya que son estas las que, en nuestra sociedad, se plantean de forma más emocional el deseo de reproducirse.

Aunque en la psicología cognitivo-conductual trabajamos fundamentalmente con el presente, en estos casos, no tenemos más remedio que acudir al pasado para explicarnos el por qué de estos comportamientos anómalos fruto de nuestro aprendizaje. Es evidente: aprendemos lo que es una familia en nuestra familia de origen.

Hay que trabajar mucho para superar estos miedos y crear la familia que nosotros queremos. Evidentemente, hay muchas formas de vivir, también sin pareja, también sin hijos; por supuesto, pero siempre que sea una elección, no una imposición de nuestro pasado.

Cuando enfermar se convierte en la única salida


Son 2 personas cualquiera, lo único que tienen en común es la certeza de no poder escapar de su realidad: 

  • Ella lleva toda la vida dominada por su madre. Ahora que su madre tiene más de 80 años y ella más de 50, su vida se reduce a cuidar de una madre tirana.
  • Él tiene un trabajo agotador, con turnos cambiantes que le impiden dormir bien y llevar una vida aceptable.
Ambos se ven atrapados en unas vidas que creen imposible cambiar. «¿Cómo voy a pensar que mi madre es insoportable?»»¿Cómo voy a dejar un empleo seguro?».

La única salida – ¿inconsciente? – es enfermar

  • «Si enfermo no tengo más remedio que descansar, darme de baja».
  • «Otra persona tendrá que atender a mi madre».
  • «Caigo en depresión, no he podido con el estrés, todo el mundo tiene que entenderlo.»
  • «Estoy cansad@. Me duele la espalda. Me duele la cabeza. Me duele todo el cuerpo. ¿Fibromialgia? ¿Enfermedad de Crohn?».
  • “El psiquiatra me manda muchas pastillas. Con los ansiolíticos descanso, duermo y vivo a medias, solo a medias, pero los demás saben que estoy enfermo”.
Enfermar es la única salida de aquellas personas que no soportan la vida que llevan y no se atreven a cambiarla. 

                                             
                   ¿¿No había otra salida?? 


                                                             

Dejar de preocuparnos demasiado.

La mayoría de las personas que se preocupan demasiado desearían preocuparse menos. Pero, lo cierto es que, hay algunas …

Tu no tienes la culpa de tener ansiedad, estar depresivo o tener obsesiones…

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¿Nos estamos volviendo una sociedad con déficit de atención, vamos hacia el TDAH global?

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